Los vientos del norte soplan fuerte. Fotografía de Elsa Escamilla.
Los ambientes cotidianos están llenos de sorpresas y elementos que no responden a una lógica concreta. De hecho, la espontaneidad es su marca. La recompensa para la mirada atenta consiste en el hallazgo de claves que hacen evidente la complejidad de las cosas y sus paradojas.
La exposición Tarhiata Karakua ix anapu (Vientos del norte) de la fotógrafa Elsa Escamilla es un catálogo de eso: paradojas. La rápida sucesión de eventos simples, el trajín en la calle, el pasar de la gente, la multiplicación de los instantes desdibuja la apreciación fina del orden de las cosas y las imágenes. Echando mano de la perpetuidad de un parpadeo, la conjunción de series fotográficas que Escamilla presenta en la sala 7 del Centro Cultural Clavijero nos muestra la diaria convivencia de elementos diferentes de culturas diversas, asentando todo en la vida de los pueblos en Michoacán.
La mirada de Escamilla registra la influencia que en estas comunidades (a veces urbanas, otras más rurales) ejerce la cultura norteamericana y sus íconos, sus ídolos, sus personajes para el entretenimiento y el espectáculo. Claudia Negrete lo dice mejor en su texto de sala: “El viento –como la vida- nunca permanece inmóvil; el movimiento y la transformación son continuos, perpetuos. Así parecen confirmarlo las comunidades purépechas: al tiempo que mantienen la fuera de las tradiciones centenarias, incorporan elementos culturales de la sociedad contemporánea con la que conviven de manera ineludible.”
Y así, minando silenciosamente las celebraciones del Fuego Nuevo P’urhépecha, los toritos de petate durante la temporada de carnaval, las procesiones religiosas, las danzas tradicionales, los teléfonos inteligentes son objeto de continua consulta. Sus cámaras fotográficas de modestas prestaciones son suficientes para registrar la fiesta desde la participación enfundada con el traje de la maringuía. Y también, una niña virgen guadalupana apunta hacia algún lugar para quedarse con un recuerdo.
Naturalmente estos aspectos son ya conocidos: la telefonía móvil, que no hace mucho era un sueño o un servicio accesible a pocos, ahora es omnipresente. Mucho se ha hablado acerca de la multitudinaria producción de imágenes fotográficas en la época actual y la presencia continua de las cámaras de fotos, y no tocaremos el tema por ahora. Pero valga mencionar esto puesto que la penetración de la telefonía celular y los aparatos inteligentes en todos los estratos de la sociedad no significa que las paradojas desaparezcan. Lo extraordinario no es ver a un hombre respondiendo un mensaje en su móvil, sino su semblante vestido de celebración indígena, encorvándose para mirar la pantalla de un aparato que maneja con los dedos.
La observación que hace Escamilla en Vientos del norte tiene cariz documental, interesada como es en los registros de corte antropológico que ya ha realizado con exposiciones como Metamorfosis (2010) y que hemos referido en esta columna. La que presenta ahora se compone de series con títulos como La Reina de América, San Juan Bautista, Toritos de Petate, El niño de Tingambato y Semana Santa. Confundiéndose con los usuales fotógrafos que asisten a las celebraciones y días de fiesta -que miran con ojos de turista o sencillo visitante- Elsa voltea a ver a las personas, advierte sus rostros, su manera de estar en la calle y presentarse ante la lente.
En este sentido, el documento fotográfico no es impersonal: hay una necesaria vinculación entre quien capta y quien es captado. En ocasiones esta relación es directa, la mirada es a la cámara, la pose es deliberada: como cuando los muchachos de La New se juntan abrazándose con sus torsos desnudos, la cara y el pecho pintados para los toritos de petate. Todos sonríen, menos el bebé que está en brazos. Se involucra el deseo de la gente por ser fotografiados a su manera, en sus términos. De nuevo, Claudia Negrete lo escribió mejor: en Vientos del Norte encontramos “retratos donde Escamilla aplica la premisa de Mariana Yampolsky: Fotografío a las personas como ellas quieren ser recordadas.” Aunque también hay un rango importante para el azar y la sorpresa.
Superman hace su aparición en las playeras de los diablos en las fiestas del Señor del Rescate; Hello Kitty de manifiesta en la blusa de una niña flanqueada por dos Kurpites ricamente decorados en sus capas y delantales. Los brillantes en ella y en ellos son los mismos: técnica semejante para propósitos diversos.
La integración de imágenes y efigies de la industria para el entretenimiento en las manifestaciones populares se hace sin discriminación ni selección estricta. Todo es posible: los toritos de petate se decoran con Iron Man o algún miembro de la banda Kiss. Los deseos visuales se desbordan, las tradiciones siguen su flujo pero acompañadas de un aire que no les pertenece de origen, y que sin embargo han hecho suyo.
Los vientos del norte soplan fuerte. Y con esta exposición se vuelve claro que la cultura regional ha sido “despeinada” por ello: las telas de los trajes y vestidos se agitan con un ritmo cada vez más diferente, la limosna ofrendada en las fiestas se paga en dólares y las máscaras dejaron de ser tradicionales para ser suplantadas por el hule y los rostros de Halloween. ¿Qué se puede hacer para resistir el ventarrón?
Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
26 de octubre 2013
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