La gloria y el abandono


Algo sucede con los artistas… no, algo sucede con los artistas en Michoacán… tampoco. Algo sucede con los artistas venidos de la ciudad de México que al recibir una comisión de obra en Michoacán tuercen el camino. De abundante trayectoria, con proyección internacional y amplio reconocimiento por la crítica, los museos y el Estado, llegan a esta geografía con la expectativa de realizar una obra prometedora tanto en factura como en profundidad, contundencia y relevancia artística. Con el plus de que, al ser un encargo de obra por parte del gobierno estatal a través de sus autoridades culturales, se incorporará al acervo público de arte que es patrimonio de todas y todos los ciudadanos. Pero algo sucede, o acaso muchas cosas en derredor, que los esfuerzos se truncan, los pinceles tropiezan, la gestión cultural se agota y el arte, a final de cuentas, no sucede, dejando en su lugar una extrañeza sin explicaciones. Lo que al principio se planteaba como un momento de gloria por venir acaba en el abandono y el silencio.
El caso más reciente que comentaré lo encarna una pintura de gran formato con título El cuarto oscuro de Arturo Rivera. Para marzo de 2009, se contaba en la ciudad de Morelia con una exposición retrospectiva de este pintor, reconocido como uno de los más fuertes artistas de México por su pintura hiperrealista, sus postulados estéticos, lo intrincado de su temática y simbología, la firmeza con la que expresa sus convicciones y una escandalosa vida personal. Un pintor intempestivo, en suma. Durante la estancia de la exposición “Sombra Mirada” de Rivera, en el Centro Cultural Clavijero, le fue comisionada al artista un cuadro de aproximadamente 3 metros de alto por 4 y medio de ancho –dimensiones semejantes a la enorme pintura de Gerardo Murillo “Frente de lava en movimiento” (1947), también exhibido de manera permanente en Clavijero-, el cual sería “donado” a dicho centro cultural cuando fuera terminado.
Los gastos de materiales, personal asistente, manutención y honorarios los aportaría el gobierno del Estado y el autor propondría su trabajo. La obra se proyectó para realizarse en la ciudad de Pátzcuaro en las instalaciones del taller de producción gráfica del Centro Cultural Antiguo Colegio Jesuita, taller que fue cerrado en la mitad de su espacio mediante mamparas que le garantizaran intimidad y privacidad al pintor para trabajar sin interrupciones. Asiduo recapitulador de sus obras anteriores, Rivera decidió que El cuarto oscuro sería una ampliación de un cuadro suyo más pequeño, el cual llevó impreso en una hoja al área de trabajo, reticulado en cuadrantes, de manera que el trabajo que realizarían él y su equipo asistente no consistiría en una obra nueva sino en una estrategia propia de un copista.
Intervinieron circunstancias que no son conocidas, o pudo ser la inconformidad del pintor con las habilidades pictóricas de sus asistentes, o la inconstancia de Rivera para realizar el trabajo, incluso la “insuficiencia” de los recursos para garantizar el buen fin de la obra. Se puede especular mucho sobre el asunto, pero con el paso de las semanas la pintura fue interrumpida y finalmente abandonada e inacabada. Permaneciendo en una etapa preliminar, el enorme bastidor y su lienzo exhiben un rostro en pleno alarido, figuras geométricas, integraciones de materiales no pictóricos como remaches, lámina de cobre e incluso textiles. El cuarto oscuro permanece hoy colgado en el muro donde se estaba realizando, detrás de las rejillas del taller de gráfica para dejar secar los papeles después de pasar por el tórculo. Un bodrio ocre e indefinido, abandonado por su autor sin una explicación pública, marcado por el silencio institucional que no aclara la interrupción de los trabajos. Promesa de una gran obra para el disfrute público, la gloria fue suplantada por el abandono en un taller de gráfica que no sabe qué hacer con un objeto tan grande, salvo sortear su presencia tapándolo con muebles e ignorando su existencia. Varios decenas de miles de pesos se gastaron en una pintura que nadie admira porque no hay público para la cual esté destinada.
Semejante situación marca el silencio institucional dirigido al mural Montañas de Michoacán que se encuentra en las escaleras principales del Antiguo Colegio Jesuita en Morelia, hoy Centro Cultural Clavijero, el cual ya hemos comentado en ocasiones anteriores. Realizado entre noviembre de 2001 y febrero de 2002, abarca 450 metros cuadrados de pintura llevados a cabo por Adolfo Mexiac, pintor y grabador michoacano de raigambre nacionalista, y su equipo de trabajo integrado por otros artistas locales.
Mural comisionado por el gobierno del Estado encabezado por Manuel Tinoco Rubí para el final de su administración en el 2002, el objetivo tenía una doble vertiente: aportar una obra monumental para el arte público propiedad de los michoacanos y dar reconocimiento a la trayectoria de un artista con obras relevantes en la Cámara de Diputados (ciudad de México), el Museo Nacional de Antropología e Historia, así como 23 murales más distribuidos en espacios públicos e instituciones del país. La obra fue impugnada tanto por académicos como artistas de la comunidad cultural de Morelia y ciudad de México, por atentar contra la originalidad y autenticidad de un inmueble colonial ubicado en el centro histórico de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad en 1991. Arguyendo, además, que el discurso nacionalista, a una centuria de haber tenido lugar en la estética política de México mediante el muralismo, era un discurso ya agotado y por tanto anacrónico.
Hoy día la obra sigue suscitando comentarios en contra por su factura deficiente y presuntamente inacabada, por su “forzada” y artificial integración al ambiente arquitectónico que le alberga. Esta posición no sólo representa la opinión del público tanto especializado como general que visita el edificio, sino también de la institución y funcionarios del ramo cultural en el Estado. Tanto así que el Centro Cultural Clavijero se niega a difundir una palabra (incluso en las redes sociales) sobre el mural como parte del patrimonio público que resguarda, atentando contra el derecho a la información de un público que se pregunta “qué es esto”, “qué significa”, “a quiénes se representa en el mural”, entre otras inquietudes. Esta obra también fue originalmente proyectada para representar la gloria de un artista en un momento cumbre y la “grandeza” de la cultura en Michoacán. Su fin quedó condensado en el abandono en que se tiene al mural (cubierto en muchas zonas de excremento de palomas residentes en el museo) y el silencio al cual se le somete por no aportar al debate y a la crítica.
Algo sucede con los artistas y las comisiones que reciben en este estado. Dilucidar el asunto será motivo de futuras publicaciones.

Publicado en el suplemento Letras de Cambio.
Diario Cambio de Michoacán.
11 de diciembre 2011

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