'Natura Morte' de Vera Mercer


Cuentan los libros de historia del arte que las naturalezas muertas -esa representación escenificada de objetos de cocina, alimentos animales y vegetales, copas, platos y cuchillos sobre una mesa- tuvieron como trasfondo original una meditación sobre la muerte y lo pasajero de la vida. Vanitas era la palabra para designar el concepto interior de bodegones y naturalezas muertas con las cuales pintores (y ahora fotógrafos) acotaban cualquier intención de vanagloria y ansias de trascendencia por parte de los poderosos (quienes realizaban estos encargos). Con arte se detendría la corrupción de toda aquella materia orgánica de las frutas y las carnes para el cultivo del deleite sensual y sensorial, pero una imagen perenne de sustancias perecederas también esconde la constante afirmación de los límites de la vida, muchas veces indicada mediante la presencia de esqueletos o cabezas de ganado. 
Pero que en los libros de historia del arte se establezcan estas indicaciones no implica necesariamente que hoy, en pleno siglo XXI, una persona que elabore naturalezas muertas y bodegones esté meditando o reflexionando sobre los deleites terrenos que se dirigen invariablemente a la corrupción física y la muerte. Espectadores y estudiosos podremos reflexionar sobre ello ante la obra de Vera Mercer, expuesta bajo el nombre de ‘Natura Morte’ en estos meses tanto en el Centro Regional de las Artes de Michoacán (Zamora) y en la escuela de fotografía Fábrica de Imágenes (Morelia, centro histórico). Pero atendiendo a las entrevistas y artículos que se han hecho entorno a Mercer y su fotografía, ella se regodea en un divertimento culinario donde vegetales y animales son retratados antes de ser procesados como comida. 
Tiene relevancia hablar de todo esto –diferencias radicales entre público y autora alrededor de imágenes concretas- puesto que hay quienes se ofenden que estas imágenes y ven, en este ejercicio combinatorio de recipientes de cristal con cabezas de pescados, becerros, pulpos y cangrejos, el placer sádico de una persona que busca la belleza en la muerte de otros seres vivos. ¿Ejemplos? Los comentarios en el sitio web de la revista Cuartosuro en que se publicó, de mano de Anasella Acosta, un artículo sobre los bodegones de Mercer. 
Pilar Sánchez opina: “Quiero preguntar si alguien considera de verdad arte a esto? Animales muertos? Que se les quito la vida para que una persona falta de ego y hasta estupida haga “arte”, porfavor no permitamos que nos contamine la vista con sus porquerias.” Gaby (a secas) comenta: “Bueno, qué ganas de fregar a la naturaleza y a esto le llaman arte????” Katrina (también a secas) dice: “Es triste ver que no solo en las calles encontraremos la violencia hacia los animales, ver que está tan arraigada en nuestra cultura que la exhiben en espacios públicos como “arte”…. en lugares como el Centro de la Imagen, promover proyectos como el de Vera Mercer ayuda a reforzar la visión especista, antropocéntrica y anacrónica que prevalece en nuestra sociedad, lo cual es profundamente patético”. Benjamín Rosales propone la cereza del pastel: “debemos de querer mas a los animales y no maltratallos no es justo ellos tambien sienten el maltrato YA BASTA.” Todos los comentarios han sido transcritos aquí tal como fueron escritos por sus autores. 
Los ánimos susceptibles en este mundo humano son abundantes. Una cabeza de cerdo o cordero puesta sobre una mesa, incluso bajo la ausencia de sangre, altera los nervios de personas que aprecian a los animales y reclaman para ellos un trato digno, lo cual presuntamente incluiría no exhibirlos. Probablemente estas personas no frecuentan los mercados, donde la experiencia de pasar frente a una carnicería le resultaría insoportable. Compran, aventurando posibilidades, sus enseres alimenticios en supermercados (donde todo lo encuentran procesado y no tienen que pasar por la penosa visión de los cuerpos desollados antes de ser convertidos en paquetes de bistec) o sencillamente acostumbran comer en restaurantes, poniendo a su servicio a otras personas para que puedan comer lo que no resisten preparar. 
Vera Mercer, en cambio, sí se vincula con los mercados. En 1960 realizó una serie de fotografías del mercado parisino de Les Halles antes que fuera demolido. Estas imágenes la hicieron célebre por su búsqueda de la belleza y armonía en un ambiente comercial y culinario. Esta misma intención la impulsa hacia la confección de escenarios alimenticios que fotografía auxiliándose de luz natural o velas, oponiéndose contrastadamente al uso de luces artificiales de estudio fotográfico. Concentra su atención en el pelaje del cordero, el brillo de la piel de un pulpo apoyado sobre una copa, la fulgurante apariencia de las escamas de un pescado rodeado de flores y ramos de cilantro. Vera Mercer es propietaria de dos restaurantes en la ciudad de Omaha, estado de Nebraska (E.U.A.), nunca fotografía nada que no vaya a cocinar después, y todo inició cuando uno de sus cocineros, que es cazador, le llevó animales que comenzó a fotografiar, integrándolos a su fascinación por la comida. 
Los retratos de artistas que Mercer exhibe en la zona de exposiciones de Fábrica de Imágenes corresponden a su etapa como fotorreportera, la cual desarrolló principalmente cuando se trasladó de Berlín a París. Pero más que pertenecer a la corriente de “los nuevos realistas”, se volvió la fotógrafa de los miembros de dicha tendencia, y de muchos más fuera de ésta. Incluso estos retratos los realizó fuera de Francia. Marcel Duchamp, Alexander Calder, Jean Tinguely, Niki de Saint Phalle y Andy Warhol le muestran sus actitudes más naturales, sin pose ni impostura, pues les retrataba en sus espacios íntimos: eran sus amigos. 

Publicado en el suplemento Letras de Cambio 
Diario Cambio de Michoacán 
18 de diciembre 2011

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