Naturaleza en la memoria de Jan Hendrix

Obras presentes en el montaje ubicado en el Centro Cultural Clavijero.

Las relaciones existentes entre Arte y la observación de la naturaleza son tan amplias que cualquier ruta que se trace a través de obras y artistas que incluyen en su trabajo dicha elaboración del ambiente, adolecerá de no incluir todas las demás expresiones que, por numerosas, no se alcanzan a comentar en una sola referencia. Desde Leonardo Da Vinci y sus estudios pormenorizados de la anatomía y la herbolaria para la confección de sus pinturas religiosas rodeadas de vegetación; Giuseppe Arcimboldo, que en el siglo XVI se dio a la particularísima tarea de pintar retratos de la corte a la que pertenecía, así como alegorías, pero basándose en construcciones de verduras, lo que le obligaba a conocer a fondo cada espécimen vegetal y cómo contribuía a la formación de un rostro; la pintura holandesa del siglo XVII, generadora del paisaje como género concreto en la pintura; su continuidad tuvo varias ramificaciones durante el siglo XVIII, y es en el siglo XIX, con vanguardias como el impresionismo en que la observación de la naturaleza sufre una descomposición a partir de la abstracción de sus elementos, como la luz y la percepción del color. Se trataba de la observación como impresión. En ese mismo siglo, en nuestro país, José María Velasco cultiva esta observación mediante los paisajes aéreos y grandes vistas del valle de México desde las alturas.
En su trabajo, Jan Hendrix da continuidad a este interés de los operarios del arte, dirigido hacia la naturaleza y sus ambientes. Pero con la particularidad de que en sus trabajos el ambiente aparece de manera parcial, por fragmentos. La naturaleza como memoria, trozo del pasado conservado para el presente. Si el recuerdo es abstracción que permanece de la vida cotidiana, la abstracción de un paisaje muestra sólo elementos esenciales para figurar su geografía. Rica en matices por conservar y trazar sobre la placa de grabado, el panorama de Malpaís (2006) ofrece una ocasión al grabador. Doce grabados de mediano formato, montadas a manera de mosaico, generan una presencia grandilocuente en la sala de exhibición; el espacio es abierto, hay varias imágenes en una mirada a la vez, el contraste es nítido, hay quietud a la vista.
“Malpaís” es un tipo de paisaje formado por un terreno volcánico y pedregoso, abundante en regiones que rodean zonas con actividad volcánica. Usualmente son tierras áridas, con poca vegetación y dificultoso trayecto. Aún así, sus espacios evocan un poderío natural y una simpleza elemental suficiente como para interesar a Hendrix, particularmente proclive a presentar sus visiones de la naturaleza en sus aspectos sintéticos, tomando una “parte” como representante del “todo”; la nervadura por la hoja, la semilla por la planta, la raíz por el árbol completo.
Las series Malpaís y Lanzarote fueron realizadas en una residencia que Hendrix hizo en la isla de Lanzarote, en el archipiélago de Canarias. La primera serie, de color negro con el crudo del papel, corresponde a la superficie del lugar, el territorio ocupado por 90 volcanes en derredor. Dos continúan en actividad.
En cambio Lanzarote muestra la vegetación –la suave, la filosa- y sus formaciones coralinas. Con tintas negras y rojas sobre la placa elabora contrastes de pequeño trazo, delicado hasta la más pequeña ramificación, y edita variaciones de color. El diseño más espinozo (el par medio, a la izquierda) del mosaico alterna el negro interior por el rojo exterior. Es impreciso hablar aquí de fondo y figura, porque la imagen es una superficie y no un juego de planos. El intercambio de colores responde más a un dentro y afuera de la figuración, contenido frente a contenedor.
Varias piezas de Lanzarote dieron pie a otras obras, también expuestas, pero en un soporte de metal calado por laser que reproduce los diseños con limpieza sorprendente. Las obras LI, LII, LIII, LIV (Lanzarote 1, 2, 3 y 4) son soportes alternativos para un mismo proyecto que pretende figurar una abstracción natural que consista en ser una presencia. Presencia como la de una estructura de metal de varios metros de altura, dispuesta como espiral transitable que, a su vez, reproduce el diseño coralino de los grabados de Lanzarote, el superior en el extremo izquierdo. Es el tránsito a través de la forma, la instalación como paisaje intramuros.
Para Cuauhtémoc Medina, la de Hendrix es una “gráfica de presencia visual, corporal y psicológica”, distinta a la tradicional perspectiva que al grabado le impone una función para la ilustración de imágenes mentales e informes descriptivos. “Los grabados de Jan Hendrix son un intento de registrar la naturaleza como apariencia sensible transfiriendo su rotundidad a la confrontación entre el espectador y el papel. Se trata no tanto de la imitación del aspecto como del efecto […] En cierta forma, se trata de conseguir que la gráfica no muestre un paisaje, sino que adquiera ella misma la designación de paisaje.”
Hendrix confecciona, para sí mismo, paisajes de su memoria. Colecciona fragmentos de lugares donde ha ido: fotografías polaroid que después retoca con pintura acrílica, ramas, hojas, arena, piedras, papeles muñecos y dibujos que adhiere a un papel con anotaciones en holandés al pié. Hay fotos de su natal Maasbree, Piedras Negras, Temascaltepec y tantos lugares más. A partir de esta serie, que inició en 1979 –después de su traslado definitivo a México- concibe sus proyectos y objetiva su memoria. La Bitácora Inconclusa “no es el diario de un viajero, sino el cuaderno de apuntes de un grabador.”
Frente a esta serie, se exhiben polaroids sobre las que pinta con acrílico. La higuera (1982) representa las cuatro estaciones del año por las que pasa ese árbol que alguna vez tuvo en el patio de su casa. Ramas, hojas, sombras, superficies blancas muestran un ejercicio de observación constante, estación por estación. Hoy día, en su patio hay una jacaranda. Compartió que para ésta habrá una serie también.

Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
25 de julio 2010

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