GAMA. La muestra y la obra
En ocasiones anteriores, aquí se han puesto sobre la mesa algunos inconvenientes sobre tomar el asunto del Bicentenario y Centenario como una “celebración”. Así también, ha sido notable que no pocas exposiciones o propuestas artísticas últimamente se enmarcan en el tema. Hay algunas críticas, otras no tanto, pero en ambos casos se observa que la Independencia y la Revolución están en el centro de visualidad artística en Michoacán; por convicción, tendencia u oportunidad.
Desde la Galería Michoacana de Arte (GAMA) del Centro Cultural Clavijero, se propone una reflexión fuera de ánimo jubiloso con la apertura de la muestra El Bicentenario y El Centenario: México en los Imaginarios de los Artistas Contemporáneos de Michoacán. La convocatoria para la exposición surtió efecto: más de 80 autoras y autores respondieron al argumento curatorial de Argelia Castillo para realizar la exposición. Algunas personas entregaron obras ya elaboradas con anterioridad, otras confeccionaron sus propuestas ex profeso para la muestra. El criterio de la selección fue amplio e incluyente. Ello responde a lo que Castillo, como curadora, refiere en su texto introductorio. “Organizada a manera de discurso polifónico, esta exhibición es territorio sobre todo de figuraciones, pero asoman también las abstracciones…” La premisa fue que las obras se inscribieran en la temática centenaria y bicentenaria de alguna forma. Excluyendo al género de la instalación, todas las disciplinas visuales eran recibidas. Pero en realidad no hubo selección. Los menos fueron quienes no vieron sus piezas exhibidas en la sala, bajo consigna de que no se apegaban al argumento curatorial. El resto se exhibe en tres salas del Centro Cultural.
Un artista trabaja con símbolos. Puede nutrirlos con ideas, conceptos, historias, afectos, teorías o creatividad. Hay símbolos concretos, trabajados, elaborados con pericia y sensibilidad. Hay otros que no tanto, la sensibilidad puede estar presente, la creatividad y el concepto también, pero el símbolo queda incompleto, le falta trabajo, concreción. Ambos polos se respiran en la muestra. Al haber expuesto toda la obra recibida que se adscribiera a la temática, abriendo campo al “discurso polifónico”, se ha dejado de lado toda consideración a la calidad de las obras, a la efectividad discursiva, a la coherencia plástica, en fin, a la “artisticidad” de l@s artistas michoacan@s.
Hay participantes de todas las edades y circunstancias. Por ejemplo, como parte de a quienes se consideran “los Maestros Michoacanos”, encontramos a Luis Palomares, Juan Torres y Francisco Rodríguez Oñate. El primero presenta un par de óleos, paisajes abstractos que sin embargo no se alejan del estilo figurativo que le caracteriza. Torres muestra un retrato de la escritora Nelly Campobello, autora de la novela Cartucho, incluida en la literatura de la Revolución. El título se exhibe inequívocamente a un costado del rostro. Soy rielera y tengo mi Juan presenta una escena donde una mujer de cabello suelto besa en la mejilla a un moreno uniformado que mira al frente. Rodríguez en cambio pinta a un Gallero de amplio sombrero, anteojos redondos y semblante ausente. Estos tres pintores no necesitaron modificar su lenguaje pictórico para responder a la muestra.
Janitzio Rangel, de una generación más joven, propuso un cuadro que trasciende la planimetría sin dejar de ser pintura. En un estilo matérico, elabora Alejandría Roja con fragmentos de libros y encuadernados que uno sobre otro cubren la superficie del cuadro. La alusión a los libros de texto de la SEP (por cuyos contenidos hemos pasado muchas personas en nuestra infancia) o a la bibliografía en la que se ha buscado construir una historia oficial y verdadera de México, es un asunto que queda abierto.
Erandini Adonay Figueroa pinta una imagen muy desenfadada sobre el ya añejo enfrentamiento entre fuerzas armadas y el narco, en este caso condensado en la imagen de un niño con tejana azul, anteojos oscuros y actitud placentera sobre un 4x4 de juguete, dispuesto a aplastar un contingente de soldaditos con fusil, mientras en el fondo lucen hojas de canabis y la leyenda JA JA JA. A cien años la tierra es de quien la trabaja trae a la mente el ideal zapatista que con ironía hoy encuentra una forma de existencia.
Jorge Alberto Ortega entrega Los Caídos, cuerpos horizontales en un encuadre tenso y cerrado, deformes y monstruosos, pero que no esconden rasgos particulares: un sombrero de paja, huaraches, pantalones de manta y canana: los caídos olvidados sobre los que se construye la historia pero no la memoria de la genealogía oficial del estado mexicano.
La sección de fotografía es muy desigual y desintegrada. Las imágenes (muy) sencillas de Miriam Lamarka conviven con una gráfica digital de Iván Holguín (Mictlantecuhtli’s Paradise) y dos fotos añejas de Anna Soler: El Príncipe y El Guerrero. Varones de penacho y taparrabo atentando contra un anuncio de McDonald’s y comiendo pollo del Coronel Sanders. Los Santos Patrios de Luis Fernando Ceballos utilizan como estrategia las herramientas digitales lo mismo que Eduardo Rubio en Torito de Tarímbaro y Danzantes de Santa Fe de la Laguna. Su intención es representar fotográficamente lo que el ojo no capta en los detalles de las expresiones populares mexicanas, pero sus imágenes no dejan de ser borrones digitales, por lo que es posible pensar que se esté confundiendo un concepto visual con los defectos de una foto movida.
La sección de grabado, más reunida y clara, es excelente. Los Antropocumichos de Juan Pablo Luna, que muestran una elaboración compleja del Chaac Mol con elementos eróticos, lucen a un costado Seis estampas del México de ayer y hoy de Omar Iván Mendoza y El Hombre de Arena (Gilberto Abúndiz). Rodean en la sala las dos esculturas de Ivette Ceja. Estas dos piezas tienen cuatro títulos, cada construcción geométrica y coloreada con pintura automotiva muestra dos caras: Evidente y Confluencias; La fortaleza del sincretismo y Puertas. Se trata de un refinamiento en el lenguaje de esta escultora muy concentrada en su capacitación constante y el dominio del metal.
Hay formatos audaces como la Soldadera fatale de Arendine Navarro y Estrein Envaiders de René Serrano, que construyó un juego de video tipo arcade donde tres enemigos a enfrentar atentan contra el orden y la justicia: un policía, un sacerdote y un político que los reúne a ambos.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
4 de julio 2010
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