Las dolientes y los dolores


Aparentemente, y por muchas razones, el momento presente es propicio para que instituciones dedicadas a la justicia echen mano de la obra de artistas para admitir relatos que tratan, no sobre la exaltación de la procuración de justicia, sino las contradicciones y paradojas del ejercicio judicial. Uno de estos ejemplos es el mural de Rafael Cauduro en el inmueble de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En él se representan los crímenes perpetrados en la aplicación de la ley, tal como los secuestros, violaciones, torturas y demás vejaciones que se reconocen en la historia de nuestro país. La obra enfrenta cotidianamente a las personas que ahí laboran o pasan con los excesos de la fuerza judicial, proclive a la violencia y el sometimiento. La Suprema Corte admitió este desafío a su vocación.
Actualmente el Museo y Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado de Michoacán alberga la exposición Dolientes de Silvia Jiménez Coronel. A lo largo de la producción de estas obras, la autora se propuso constatar si “está en la naturaleza femenina el delinquir”. Visitar a una amiga suya en los reclusorios Norte y Santa Marta Acatitla de 2004 a 2007 le permitió conocer de voz cercana, y de todas las que se encontró en esos sitios, historias que envuelven las mujeres presas, esperando su sentencia o resolución judicial mientras la vida cotidiana transcurre en el penal.
“Y me vuelvo a preguntar, si las circunstancias nos provocan, o nosotros las generamos, esto no lo sé, lo que es cierto es que ahí adentro hay mujeres que definitivamente son víctimas de las circunstancias…” Víctimas de la circunstancia de ser mujeres en una sociedad repleta de hombres que las engañan, abusan, violan, maltratan, manipulan; ante los cuales no pueden, en momentos críticos de sus vidas, quedar inermes y sin defensa. Obran por su mano y en muchos casos son procesadas por ello.
En el marco del Día Internacional de las Mujeres, con fecha del 8 de marzo pasado, se instaló la muestra Dolientes que podría calificarse de multidisciplinaria: reuniendo instalación, escultura, fotografía, pintura y textil, se trata de un conjunto de obras en las que la artista recurre a un número delimitado de formas que se convierten en constantes durante todo el recorrido. Las esculturas de malla de alambre que flanquean el patio se asemejan a aquellas que, cubiertas de cemento, se forman de planos circulares para sugerir la cabeza y una placa curva, semejando un abrazo. Hay fichas que son toda una novedad: muchas de ellas contienen un dibujo de la obra a que corresponden, omitiendo el nombre de la autora y describiendo el sentido de las obras, especialmente las instalaciones y esculturas. Los cuerpos que en ellos se representan también se mantienen constantes tanto en las figuras de trapo como en algunas pinturas, particularmente aquellas de tinta que corresponden al título de la exposición: Dolientes I y Dolientes II.
Al final de las salas del piso superior, en un rincón, se reproduce un fragmento de la Elegía, de Rosario Castellanos: “Nunca, como a tu lado, fui de piedra. Y yo que me soñaba agua nube, agua, aire sobre la hoja, fuego de mil cambiantes llamaradas, sólo supe yacer, pesar, que es lo que sabe hacer la piedra alrededor del cuello del ahogado.” Este texto dirigido por Castellanos al “amado fantasma”, contribuye al sentido de obras como La ola de culpas. En el formato de instalación en el primer salón, una ola de alambre y acero se inclina hacia las personas que entramos. En el formato de pintura, las olas, de profundos azules calentados con detalles rojos, se ciernen sobre oscuros manchones verticales y dos figuras de alambre colocadas al pie del cuadro. Representan los “sentimientos dolorosos que se repiten una y otra vez por las noches”. La culpa cae pero no aplasta, envuelve el cuerpo y le acompaña, como una prenda de vestir que permite caminar pero que no lo facilita. Esta culpa se enfrenta con la circunstancia de volverse un “peso” para ese otro que visita en el reclusorio pero que poco a poco deja de asistir, dejando en el abandono a muchas mujeres durante su paso por la cárcel.
Escindida es una talla en ónix, torso de mujer naturalmente dividida por las piernas, pero afectivamente separada de sí misma de la cintura para arriba; los volúmenes del torso y el pecho separados por un profundo surco, cada uno por su eje, regido por sí mismo, como dos afectos encontrados. El sobrecogimiento y la contemplación de algo son acciones íntimamente relacionadas con el silencio, en esta sala lo hay, y mucho (el general de visitantes, al entrar, de súbito callan o bajan dramáticamente la voz). Escindida es una advertencia o aviso: lo representado en estas obras tiene como fuente un cuerpo femenino que ofrece ese panorama dividido, múltiple en sentimientos de amargura y tristeza. Los títulos hablan por sí mismos.
La segunda sala está ocupada por pinturas de óleo sobre yeso, terracota y mixtas. Olvidadas I y Olvidadas II muestran un conjunto de figuras descarnadas que muestran los hombros agudos y las costillas marcadas. El olvido desdibuja la memoria y despersonaliza los dolores. Los rostros se deforman en tristes sombras de quienes antes fueron personas, los cuerpos se desequilibran, muestran sus costillas al extremo de semejar osamentas. Los relieves ásperos y oscuros que la técnica pictórica arroja contribuyen a la atmósfera de irrealidad y sobrecarga de afectos descarnados.
En la tercera sala se dispone la serie de fotografías Nudos. “Sin poder ocultarnos de nosotras mismas, nos convertimos en cárceles de dolor, los músculos encarnan los sentimientos retorciendo la verdad, anudando las palabras por todo el cuerpo.” Un muñeco de trapo sobre una silla (presente en la sala) es dispuesto en variadas y contorsionadas posiciones: el cuerpo es un enredo, la espera una constante opresión. La paciencia fundada en la incertidumbre parte de estas fotografías y culmina en la serie Bordando ilusiones y deshilando esperanzas, conjunto de textiles pintados, bordados con hilo rojo y deshilados los patrones. El trabajo manual entretiene a la mente y al pecho, dirige los esfuerzos a una sola actividad. Deshilar y bordar, actividades tradicionalmente dirigidas a las mujeres, tiene una estrecha relación con el paso del tiempo y la espera. No basta con el textil, la autora ha dejado rastros de una desolación y contrariedad quebrantadoras, valores éstos presentes durante todo el recorrido.
Desde el inicio hasta el fin de la muestra sorprende la coherencia y correspondencia de todas las obras entre sí y el tema de todo el conjunto: “reflejar el dolor de las mujeres, sean o no culpables”. Jiménez visitó los reclusorios pero en ningún momento fue interna. Hay que leer estas obras como el testimonio y traducción plástica de una artista que, sin vivir todas estas emociones en carne propia, las experimenta y encauza a partir de las vivencias de otras mujeres. En la medida en que Silvia Jiménez empatiza con las realidades de las reclusas, las obras crecen en efectividad evocativa.

Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
21 de marzo 2010

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