Luz Vertiginosa de Susana Wald, mural en Tiripetío
Que un convento se encuentre construido a manera de una fortaleza (como franciscanos y agustinos solían edificar su patrimonio en el corazón del periodo colonial) arroja un efecto particular: la serenidad del silencio, sonidos exteriores amortiguados por la distancia y gruesos muros de piedra. Se respira en el aire quietud total; hay poquísimos visitantes reunidos en el recinto de forma simultánea, el personal que labora en la institución es casi invisible durante el recorrido a través de las oblongas galerías. Los jardines invitan al paseo desde fuera, la terraza dibuja a la vista los tránsitos entre árboles y jardineras.
Al interior, en una escalera principal, se aprecian tres grandes paneles que forman el mural Luz vertiginosa (1996). Susana Wald, su autora. Lo realizó in situ. Pasó una temporada en Michoacán, realizando su obra en Tiripetío e impartía talleres para alumn@s de la recién fundada Escuela Popular de Bellas Artes. La segunda generación en artes visuales de la escuela participó en un taller con tema “Psicología y Arte”.
En el año 94 inicia su estadía en Oaxaca, después de radicar en Canadá, y en el transcurso de dos años realiza el mural que encontramos en el ex convento. Fue una pintora que se inmiscuyó en su medio y que particularizó la obra realizada con el espacio que estaría habitando, atendiendo a una clara noción muralista, faceta pictórica de gran formato. Tiripitio, “lugar amarillo”, es el lugar de luz a donde van quienes mueren. Su símbolo: la flor de cempoaxóchitl.
La flor ocupa el panel central y se distribuye alrededor de una figura femenina de ropajes ligeros. Se asemeja a los rompimientos de gloria de la pintura renacentista, así como las composiciones triangulares que jerarquizan personajes en la pintura religiosa, agregando además un tono escénico como sucede en La Primavera de Boticcelli, narración situada fuera del tiempo real. Los cuerpos que ahí se ven tienen, en sus volúmenes y gesticulaciones, una herencia realista muy apegada al estilo de Miguel Ángel. Todo esto es mencionado para notar que se trata de una pintora con estilo clásico en los cuerpos que produce y cómo los organiza. Incluso hace leves citas de la pintura barroca italiana. El sujeto en la parte inferior central, de actitud anhelante, que levanta tímidamente los brazos desde el suelo, recuerda a la Conversión de San Pablo (1601) de Caravaggio.
Pero en esta pintura mural el tema es la sabiduría: Sofía, el conocimiento luminoso, caracterizado por la mujer sobre la flor, flotando por los aires mientras la túnica se hace girones. Quienes le rodean visten extraños atuendos, como de una cultura metafísica, ajena a todas las conocidas hoy en el mundo. La autora, según explica ella misma con un texto frente a la pintura, optó por elementos suficientemente universales como para que cada persona “pueda encontrar sus propios símbolos e ideales en la imagen”. Buscó no mostrar una anécdota ni simbologías obvias ni trilladas. A la distancia del muralismo mexicano, evitó cualquier mensaje específico de orden social o político. Pintó sobre la sabiduría porque el Ex Convento, como una de las primeras casas de altos estudios en América, tiene esta vocación por el conocimiento, ahora bajo la batuta de la Universidad Michoacana.
La forma de abordar dicha vocación la toma desde lo arquetípico, lo inconsciente, lo onírico. Mucha de su obra anterior y posterior refleja mundos interiores asociados a las maneras del surrealismo. Pintadas de manera realista, las imágenes parecen posibles pero fantásticas.
Dos parejas flanquean el conjunto: a la izquierda, hombre y mujer desnudos se besan y entrelazan sensualmente mientras un paño les rodea; a la derecha, una mujer floral y un hombre tecnificado que se toman de la mano miran al centro de la composición. Todas, según la autora, representan anhelos, diferentes actitudes de aproximación al conocimiento. Tal vez la figura más reconocible sea aquella en el primer plano que sostiene un báculo y porta una máscara, mientras le cuelga otra de color oscuro en el pecho, semejantes a las máscaras artesanales que se producen y comercian en nuestra región. ¿Significará su presencia y porte que las culturas indígenas y tradicionales se incluyen en este anhelo de la sabiduría? Parece una idea incluyente.
Hay un elemento importante en la esquina inferior izquierda: entre algunas hojas y flores descansan dos huevos. Los ha pintado o realizado en cerámica desde 1964, y conjunta ya más de 50 cuadros dedicados a este elemento. Bajo la premisa de la pintura automática de corte surrealista, el inconsciente se manifiesta en la autora y le arroja imágenes mentales que ella después hace pintura. El huevo es un elemento recurrente en la producción de Wald y Martha Mabey lo explica de la siguiente manera: “los huevos sugieren nuevos comienzos […] Cuando el huevo se rompe surge el polluelo. Pero qué es lo que se está empollando simbólicamente en este nuevo comienzo es algo que no está claro […] Los huevos que Susana pinta no son reales; en términos metafísicos son entidades vastas, sobrehumanas […] Tratan de la vida, de la totalidad.”
De acuerdo con Mabey, autora de un artículo sobre Wald en catálogo editado por el Colegio de Oaxaca, los huevos de la pintora son expresiones de un arquetipo, a la manera de C.G.Jung; manifestaciones del inconsciente colectivo en una psique particular, formas ideales que representan valores universales incluso entre las culturas. Los huevos son parte de lo femenino, ámbito de lo humano desde el cual son producidos. Es el arquetipo de la Gran Madre, el de la vida y la muerte.
La mujer como sabiduría, el huevo como la Gran Madre. El retorno a lo femenino desde lo femenino. Idea que permea toda la escena, incluso donde gestos misteriosos se muestran. Al frente, un sujeto arrodillado y con tocado de ave, tiene sus manos a un costado como sujetando algo circular, una bola, un objeto que ha sido suplantado por aire, por espacio. El huevo se manifiesta hasta donde no fue pintado: las manos de este personaje masculino lo portan, en actitud abiertamente dirigida al frente, hacia quien observa la pintura.
Susana Wald nació en Budapest, Hungría, el año 1937. En su juventud vio su libertad abolida por los nazis y luego por la instauración del régimen comunista. Cuenta que en otros países donde vivió su libertad como joven mujer no fue reconocida. “Cuando se hablaba de los derechos de las mujeres, en la época en que o empecé mi labor de artista, a una inmediatamente la tildaban de feminista; y cuando se hablaba de lo erótico la etiqueta era de pornografía.” Esto también puede suceder hoy día, a la distancia de las décadas, en nuestro país, estado, ciudad, casa. Pero la frase que cierra el texto de la autora frente al mural es ejemplar por su tenacidad e intención, al tiempo que pone un tono erótico a la lectura de Luz vertiginosa: “En mi trabajo he tratado de expresar hace muchos años la posibilidad de la búsqueda del conocimiento a través de lo amoroso”.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
11 de octubre de 2009
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