Los impulsos del subsuelo. Frente de lava en movimiento.
Dionisio Pulido fue un campesino del pueblo de Paricutín que el 20 de febrero de 1943 salió de su hogar, como lo dictaba la costumbre y la necesidad, a labrar sus tierras. Eran las cuatro de la tarde cuando percibió una grieta en el suelo de los corrales de su granja. Sintió un trueno. Los árboles temblaron. La grieta se transformó en un agujero y la tierra se hinchó a la altura de dos metros y medio. Un polvo fino, gris como de cenizas, comenzó a poblar el aire; el olor a azufre acompañó una nueva y más nutrida exhalación de humo. Dionisio se encomendó al Señor Sagrado de los Milagros mientras se alejaba de aquel lugar hacia el poblado de Paricutín, donde encontraría a su hijo, su esposa y amigos, que le esperaban asustados. Habían percibido tales ruidos y fumarolas desde lejos. Pensaron que no volverían a ver a Dionisio, imaginaron al padre muerto, al marido perdido, al amigo fallecido.
Así nació el volcán Paricutín, considerado el volcán más joven de todo el mundo. Toma su nombre del poblado que se encontraba más cerca del cráter que se formaría en un periodo máximo de 8 meses, teniendo actividad ininterrumpida durante 9 años, 11 días y 10 horas. No hubo víctimas humanas, el mismo volcán daría suficiente tiempo para realizar la evacuación del territorio. El poblado de Paricutín se perdería totalmente, mientras San Juan Parangaricutiro conservaría fuera del manto volcánico apenas el ábside del templo y la torre izquierda. El flujo que le cubrió no ocurrió sino hasta 1944.
Gerardo Murillo (1875-1964) fue un pintor nacido en Guadalajara y educado artísticamente en Europa bajo el auspicio del gobierno de Porfirio Díaz. Su seudónimo era Dr. Atl, que en voz nahua significa agua, fuente de vida. Es el autor de la pintura El Paricutín. Frente de lava en movimiento (1974) que se exhibe de manera permanente en el Centro Cultural Clavijero. Se trata del cuadro de mayores dimensiones que dicho pintor realizó con el motivo del volcán, pertenece a una serie de más de 50 pinturas elaboradas en diferentes técnicas, tamaños y momentos del estallido. Dicha serie la realiza durante el periodo de actividad del volcán: desde 1943 hasta 1952.
Para el año 43, Murillo ya llevaba carrera andada en los temas de los volcanes. En su infancia, recorría parajes y llanos en compañía de un tío suyo dedicado a la minería. Durante su madurez como pintor dedica buena parte de su obra al paisajismo y a la publicación de libros sobre volcanes y elevaciones como el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba. En consonancia con las vistas de José María Velasco, otro gran paisajista mexicano, se inclina por los llamados “aeropaisajes”, conjuntos geográficos tomados desde las alturas.
Se traslada a las cercanías del Paricutín y permanece ahí durante un año, recorriendo y estudiando el terreno, haciendo notas sobre el volcán: realiza tanto bocetos para sus pinturas como cálculos y previsiones sobre el crecimiento del fenómeno tectónico desde sus conocimientos de vulcanología. Prepara y publica el libro El Paricutín, cómo crece y nace un volcán. La inhalación de gases provenientes del subsuelo fue la causa de que sufriera problemas de salud cuyas secuelas provocarían que en 1949 le fuera amputada una pierna. El precio imprevisible a pagar por la curiosidad y estímulo que le provocó semejante fenómeno natural.
Como ya hemos anotado, el cuadro que comentamos lo realizó en el año 47, época en el que el nacionalismo en las artes se encuentra plenamente operativo en la ideología oficial de nuestro país. El muralismo se practica con relativa fluidez desde 1926, y es importante anotar que desde 1910 Murillo promueve la iniciativa de formar el “Centro Artístico” con el propósito de pintar muros públicos. Dicha iniciativa ve limitada su desarrollo debido al estallido de la Revolución Mexicana, pero quedaría para la historia como un antecedente directo del muralismo que ejecutarían José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros junto con otros personajes como el francés Jean Charlot y Jorge González Camarena, entre muchos otros.
Las grandes dimensiones de Frente de lava en movimiento sugieren esta cercanía con la pintura mural. Su soporte son dos paneles horizontales de masonite que han sido enmarcados de forma académica: madera cubierta de hoja de oro. El cielo se configura como la combinación de un azul despejado acompañado de fuego y una densa cantidad de humo. El sendero de lava zigzaguea desde el cráter hasta el primer plano de la imagen. Inicia como un fino hilo de color naranja para terminar en el oleaje de llamas y roca que destruye los maltrechos árboles que encuentra a su paso. La pincelada, el manejo del color, los bordes gruesos de las líneas, entre otros elementos, develan la presencia de un estilo bautizado como Escuela Mexicana de Pintura. Pero más allá de los valores plásticos ¿qué podemos encontrar en este paisaje de movimiento vertiginoso y poder destructivo brutal?
En un artículo titulado Historia y Paisaje, de Pedro S. Urquijo y Narciso Barrera, profesores del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental de la UNAM, campus Morelia, el paisaje es definido como una “unidad espacio-temporal” en que los elementos de la naturaleza y la cultura convergen” en una sólida pero inestable comunión. Afirman que cualquier estudio del paisaje es sólo parcialmente comprensible sin su historia social. Al adentrarnos en la historicidad de un paisaje, accedemos a la identificación de las recreaciones, continuidades o rupturas de las lógicas en la permanente transformación del medio. El paisaje es una forma localizada y aterrizada de una cosmovisión que guía el comportamiento humano, una unidad física de elementos tangibles (visibles, olientes, audibles, degustables) que puede tener uno o varios significados simbólicos o lecturas de fuerte raigambre estético y ético.
Frente de lava en movimiento es un paisaje que manifiesta las fuerzas naturales desatadas, pero también es el registro estético de un evento histórico. Si el nacionalismo, a través de la pintura mural, promovía la reconfiguración de la identidad nacional mediante la alusión a eventos de la historia social y cultural de México en sus pinturas, El Paricutín de Murillo alude a un evento impactante en la historia natural de la geografía de Michoacán. La fuerza de dicho volcán sólo podía equipararse a la pujanza de la sangre de los mexicanos por la herencia milenaria recibida de nuestro pasado prehispánico. El empuje dominante del magma sobre el terreno habría de identificarse con el carácter del espíritu nacional que desde José Vasconcelos se había perfilado como la puerta hacia la quinta raza, la llamada “Cósmica”, que habría de llevarnos como nación hacia nuevas formas de desarrollo y evolución como especie humana.
Para 1947 estas ideas ya se habían dejado de lado, pero aún se conservaba el interés de reflejar la grandeza cultural de la cual nuestro país era depositario. Una forma de mostrarlo era referenciando sus paisajes imponentes, sus eventos naturales impresionantes, ambientes que nutrían desde la raíz la sangre de quienes habitaron y habitan estos parajes sin par.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Periódico Cambio de Michoacán
4 de octubre 2009
Así nació el volcán Paricutín, considerado el volcán más joven de todo el mundo. Toma su nombre del poblado que se encontraba más cerca del cráter que se formaría en un periodo máximo de 8 meses, teniendo actividad ininterrumpida durante 9 años, 11 días y 10 horas. No hubo víctimas humanas, el mismo volcán daría suficiente tiempo para realizar la evacuación del territorio. El poblado de Paricutín se perdería totalmente, mientras San Juan Parangaricutiro conservaría fuera del manto volcánico apenas el ábside del templo y la torre izquierda. El flujo que le cubrió no ocurrió sino hasta 1944.
Gerardo Murillo (1875-1964) fue un pintor nacido en Guadalajara y educado artísticamente en Europa bajo el auspicio del gobierno de Porfirio Díaz. Su seudónimo era Dr. Atl, que en voz nahua significa agua, fuente de vida. Es el autor de la pintura El Paricutín. Frente de lava en movimiento (1974) que se exhibe de manera permanente en el Centro Cultural Clavijero. Se trata del cuadro de mayores dimensiones que dicho pintor realizó con el motivo del volcán, pertenece a una serie de más de 50 pinturas elaboradas en diferentes técnicas, tamaños y momentos del estallido. Dicha serie la realiza durante el periodo de actividad del volcán: desde 1943 hasta 1952.
Para el año 43, Murillo ya llevaba carrera andada en los temas de los volcanes. En su infancia, recorría parajes y llanos en compañía de un tío suyo dedicado a la minería. Durante su madurez como pintor dedica buena parte de su obra al paisajismo y a la publicación de libros sobre volcanes y elevaciones como el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Pico de Orizaba. En consonancia con las vistas de José María Velasco, otro gran paisajista mexicano, se inclina por los llamados “aeropaisajes”, conjuntos geográficos tomados desde las alturas.
Se traslada a las cercanías del Paricutín y permanece ahí durante un año, recorriendo y estudiando el terreno, haciendo notas sobre el volcán: realiza tanto bocetos para sus pinturas como cálculos y previsiones sobre el crecimiento del fenómeno tectónico desde sus conocimientos de vulcanología. Prepara y publica el libro El Paricutín, cómo crece y nace un volcán. La inhalación de gases provenientes del subsuelo fue la causa de que sufriera problemas de salud cuyas secuelas provocarían que en 1949 le fuera amputada una pierna. El precio imprevisible a pagar por la curiosidad y estímulo que le provocó semejante fenómeno natural.
Como ya hemos anotado, el cuadro que comentamos lo realizó en el año 47, época en el que el nacionalismo en las artes se encuentra plenamente operativo en la ideología oficial de nuestro país. El muralismo se practica con relativa fluidez desde 1926, y es importante anotar que desde 1910 Murillo promueve la iniciativa de formar el “Centro Artístico” con el propósito de pintar muros públicos. Dicha iniciativa ve limitada su desarrollo debido al estallido de la Revolución Mexicana, pero quedaría para la historia como un antecedente directo del muralismo que ejecutarían José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros junto con otros personajes como el francés Jean Charlot y Jorge González Camarena, entre muchos otros.
Las grandes dimensiones de Frente de lava en movimiento sugieren esta cercanía con la pintura mural. Su soporte son dos paneles horizontales de masonite que han sido enmarcados de forma académica: madera cubierta de hoja de oro. El cielo se configura como la combinación de un azul despejado acompañado de fuego y una densa cantidad de humo. El sendero de lava zigzaguea desde el cráter hasta el primer plano de la imagen. Inicia como un fino hilo de color naranja para terminar en el oleaje de llamas y roca que destruye los maltrechos árboles que encuentra a su paso. La pincelada, el manejo del color, los bordes gruesos de las líneas, entre otros elementos, develan la presencia de un estilo bautizado como Escuela Mexicana de Pintura. Pero más allá de los valores plásticos ¿qué podemos encontrar en este paisaje de movimiento vertiginoso y poder destructivo brutal?
En un artículo titulado Historia y Paisaje, de Pedro S. Urquijo y Narciso Barrera, profesores del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental de la UNAM, campus Morelia, el paisaje es definido como una “unidad espacio-temporal” en que los elementos de la naturaleza y la cultura convergen” en una sólida pero inestable comunión. Afirman que cualquier estudio del paisaje es sólo parcialmente comprensible sin su historia social. Al adentrarnos en la historicidad de un paisaje, accedemos a la identificación de las recreaciones, continuidades o rupturas de las lógicas en la permanente transformación del medio. El paisaje es una forma localizada y aterrizada de una cosmovisión que guía el comportamiento humano, una unidad física de elementos tangibles (visibles, olientes, audibles, degustables) que puede tener uno o varios significados simbólicos o lecturas de fuerte raigambre estético y ético.
Frente de lava en movimiento es un paisaje que manifiesta las fuerzas naturales desatadas, pero también es el registro estético de un evento histórico. Si el nacionalismo, a través de la pintura mural, promovía la reconfiguración de la identidad nacional mediante la alusión a eventos de la historia social y cultural de México en sus pinturas, El Paricutín de Murillo alude a un evento impactante en la historia natural de la geografía de Michoacán. La fuerza de dicho volcán sólo podía equipararse a la pujanza de la sangre de los mexicanos por la herencia milenaria recibida de nuestro pasado prehispánico. El empuje dominante del magma sobre el terreno habría de identificarse con el carácter del espíritu nacional que desde José Vasconcelos se había perfilado como la puerta hacia la quinta raza, la llamada “Cósmica”, que habría de llevarnos como nación hacia nuevas formas de desarrollo y evolución como especie humana.
Para 1947 estas ideas ya se habían dejado de lado, pero aún se conservaba el interés de reflejar la grandeza cultural de la cual nuestro país era depositario. Una forma de mostrarlo era referenciando sus paisajes imponentes, sus eventos naturales impresionantes, ambientes que nutrían desde la raíz la sangre de quienes habitaron y habitan estos parajes sin par.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Periódico Cambio de Michoacán
4 de octubre 2009
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