La Crítica del Arte es más que un dolor de cabeza
Detalle de La Crítica (1906), obra de Julio Ruelas (1870-1907).
La crítica de arte es mediación. Entre las obras, los artistas y los públicos. Y en el caso específico de la crítica de las artes visuales, lo es en un sentido más: en la articulación de dos elementos u objetivos centrales que son saber ver y saber decir. En su Teoría del Arte (2002), el español José Jiménez escribe que el buen ejercicio de la crítica de arte se alcanza cuando se produce una buena articulación entre el saber ver y el saber decir, pues es ahí donde se sitúa la dimensión de objetividad que hay que demandarle a esta disciplina.
Y con “objetividad” se excluye su connotación normativa, necesaria o metafísica; se trata de una cualidad argumental y aterrizada en la consideración de las obras. De una objetividad construida como coherencia, sostenida desde el punto de vista de la conciencia teórica de las pautas de verisimilitud, de articulación del lenguaje bajo premisas contrastadas que puedan compartirse y socializarse.
Aceptando que la crítica es eminentemente una disciplina del lenguaje, el aspecto central en la fundamentación de la crítica debe ser ampliar y flexibilizar al máximo el terreno de aplicación del lenguaje crítico, concebirlo como un diálogo entre críticos y artistas con los públicos. Es decir, la crítica de arte ha de ser concebida como una instancia muy abierta y diseminada, que en lugar de ejecutarse fijando posiciones normativas sobre la producción de los artistas, buscara construir la objetividad de sus propuestas en términos de diálogo, en cuyo despliegue se pretendería establecer la dimensión de verdad en el presente de las propuestas artísticas.
Los planteamientos normativos y los encuadramientos taxonómicos de carácter historicista resultan obstáculos para el adecuado y efectivo desarrollo de la crítica como actividad comunicativa. Se trata de un diálogo sobre las obras con los propios artistas (y no sobre su vida e intimidad) para después expandir dicho diálogo como un elemento más de crítica de la cultura, e incluso de crítica social.
El ejercicio de la crítica artística y cultural tiene el deber de diversificarse, ante la proliferación de múltiples mediaciones y filtros que intervienen en la cultura del espectáculo (propiamente entorpecedora de instancias críticas y de oposición): la televisión comercial, los medios impresos de farándula, entre otros. No basta reducir las formulaciones textuales en diarios, revistas especializadas o libros. Sin renunciar a esta vía textual, la crítica puede ejercerse a través de otras plataformas de comunicación, como la puesta en pie de iniciativas que propicien el encuentro de las distintas prácticas artísticas entre sí y confrontándoles con la teoría, o en el planteamiento de exposiciones concebidas en función del diálogo entre artistas y con las obras capaz de incidir en una crítica del mundo presente. Internet, videos, audios, conferencias, charlas -en auditorios o espacios abiertos-, interviniendo y participando en presentaciones artísticas: todo esto es un campo disponible para el ejercicio de la crítica en marcos socializados.
En cuanto a la relación que se estable entre la crítica del arte y la historia del arte, José Jiménez identifica como problemática la inscripción de la primera en la segunda. En su opinión, el modo de trabajar de los historiadores de arte, la metodología que utilizan y los planteamientos que guían su actividad tienen mucho más que ver con un tipo de problemas distintos a los que se suscitan a través del análisis del tiempo presente y a través de las manifestaciones culturales del presente, que son las que tienen lugar en el arte contemporáneo. Sin embargo, José Fernández Arenas opina de manera distinta.
“El hecho de que aún perduren entre nosotros los términos de historiador de arte, como sinónimo de los que estudian las obras artísticas del pasado, y crítico de arte, definiendo a los que se detienen en el arte contemporáneo con espíritu analítico y divulgador, pudiera dar a entender que existen dos historiadores de arte distintos: uno que busca en la historia pasada, dedicándose a cultivar ‘momias’, y otro a poner en la palestra a los artistas ‘vivos’.”
Si los objetivos fundamentales de la historia del arte son, por un lado, la valoración estética y, por otro, la valoración histórica de la obra artística, parece que ello establece la división entre crítica del arte e historia del arte. Pero bien puede afirmarse que se trata de dos objetivos de una misma disciplina, señalados como tales en un ordenamiento lógico, pero no en la práctica. Carácter estético y carácter histórico son simultáneos en una obra, y el juicio valorativo ha de comprender ambos niveles, tan inseparables como los términos forma/contenido y signo/significado.
En otras palabras, si una primera vista a la cuestión parece indicar que las obras del pasado han de valorarse en términos históricos, y las del presente bajo una perspectiva crítica, bien pueden invertirse dichos postulados para generar una renovación constante del conocimiento resultante de ambas actividades: valorar críticamente las artes del pasado, al tiempo que se van historiando las propuestas del presente.
Y tratándose de inversión de términos, Francisco Calvo Serraller lleva más allá el tema en su discurso de ingreso a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, citando a Lionnello Venturi, autor de una Historia de la crítica de arte publicada en la década de 1920. Reclamaba de la crítica de arte para que sirviera de modelo a la historia y la teoría del arte.
“Afirmó, por ejemplo, que la intuición crítica se forjaba en comunidad de experiencias con los artistas contemporáneos y que era esa experiencia del arte actual la que nos enseñaba a ver el arte del pasado, con lo que nos propuso invertir el modo tradicional de hacer historia del arte, que él consideraba inviable sin un talante crítico: ‘El principio esencial de la historia crítica del arte’ –escribió- ‘puede ser formulado de la manera siguiente: la historia del arte es tarea de la crítica del arte.”
La Crítica es más que sólo “un dolor de cabeza para los artistas” o una ocupación excéntrica de protagonistas petulantes (como se presenta para el imaginario colectivo). Es una actividad comunicativa, una disciplina generadora de conocimiento.
Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio.
Diario Cambio de Michoacán.
31 de agosto 2013
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