Cavilaciones. Sexualidad y visualidad.

Nos encanta el chisme y el cotilleo. Las historias de cama, aventuras, faldas y pantalones animan las sobremesas, los espacios de intimidad entre amistades; reaniman los temas que habíamos pensado concluidos e interesan a los aburridos con la pusilánime cotidianidad. El sexo no solo vende: también divierte, entretiene. 
Una tendencia muy interesante (y que nutre los debates) es aquella que desde hace tiempo va minando el entretenimiento familiar con una cultura cada vez más abiertamente erotizada. La televisión y la música pop para jovencitos aborda cada vez con menos empacho el erotismo de las mujeres mayores de la familia, las inquietudes adolescentes con sus experimentos corporales y la vida sexual secreta de los hombres que prácticamente ya se toma como un hecho. Es la medida a partir de la cual se mide a un varón: si es un macho patán igual a todos o si en algo es diferente. La cultura visual (que abarca los medios y más allá) delata la diversificación declarada de formas de vida e interacciones entre las personas y con su propio cuerpo que el pudor conservador suele cubrir con un manto de discreción y secrecía. 
Hay quienes consideran que la lectura sexual de las obras de arte (y de la vida de artistas) revitaliza la Historia del Arte, generalmente mocha y más bien producida en un tono académico solemne. Por eso se busca en obras antiguas las imágenes de bestialismo y sodomía en ánforas griegas, el desenfrenado y despreocupado ejercicio de los placeres romanos en los muros de Pompeya. Por eso se especula sobre la posible homosexualidad de Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci; también sobre las perversiones de Egon Schiele y la bisexualidad de Frida Kahlo. ¡Qué estimulante es pensar que Vincent Van Gogh se cortó una oreja no porque una prostituta se lo pidiera sino porque estaba fuera de sí la noche en que decidió alejarse de Paul Gauguin! – Esto desprendido de la interpretación de Simon Schama. En toda biografía artística se buscan amantes y aventuras de alcoba, escándalos públicos y amores que matan (esos que nunca mueren). 
La sexualidad forma parte de nuestro comportamiento cotidiano, se involucra con el ejercicio de nuestra libertad. La diversidad sexual puede entenderse como la proliferación de comportamientos diferentes, de grandes masas procurando vivir con la mayor libertad posible. Y la libertad requiere de creatividad para desarrollar sus formas. La sexualidad también, pues es una obra propia, una creación personal: el sexo es una posibilidad de vida creativa. Esto lo negará quien prefiera vivir su intimidad bajo los valores que socialmente ha heredado sin cuestionarlos, actitud que por demás hace del placer y el deseo una fatalidad. Tarde o temprano encontrará el aburrimiento, el tedio. 


En la producción visual contemporánea se manifiesta la sexualidad, a veces de manera explícita, otras ocasiones echando mano del poder evocativo de la sugerencia, la metáfora. De Tracy Emin pueden contarse tanto su instalación descarada de una cama de sábanas deshechas y sucias, preservativos usados, desperdigados sobre el suelo como si fueran moronas de un pan salvajemente devorado; así como aquel grabado que más que una imagen muestra una frase que reza “No me cojas solamente. Ámame, ámame, ámame, ámame.” Felipe Ehrenberg desarrolló una serie de dibujos a pluma y tinta modificadas digitalmente avocados a mostrar la mirada del amante, que en la perspectiva de los cuerpos abarca ambos vientres, los sexos anudados, las carnes plegadas por hambrientas posiciones. El planteamiento práctico de esta serie titulada Crónica de un sueño (2008) puede verse en la película Crime Delicado (2005), donde dibujar a la modelo implica acostarse con ella y dibujar con una mano mientras con la otra y el resto del cuerpo se hunde en el juego del sexo. 


Recurriendo a una referencia velada pero poderosamente excitante –la cual ya hemos referido en este espacio en ocasión anterior-, Janitzio Rangel pinta en Homenaje a Katsushika Hokusai (2011) una ola que remonta y trasciende el borde de una bañera roja como la sangre y patas decoradas. En la escena no hay cuerpos presentes, pero la flacidez y humedad propias de un pulpo fuera del agua recuerda el goce de los cuerpos resbalosos y brillantes cuando se juntan desnudos, regodeándose y enjugándose entre sí. El agua turbia es como la carne trémula: se mueve y agita, salpica y termina por desbordar cualquier límite contenedor. El ejercicio del deseo –ejercicio como parte de una cultura del cuerpo, no es fortuita la coincidencia- bien puede hundirse en una bañera, lo cual representa bien en el imaginario las noches de intimidad erótica; hacer “suciedades” en la ducha, confundir los sudores con el agua, hacer olas, mojar el suelo. Todo esto detona la escena construida por Rangel. 


La diversidad de obras adscritas a una imaginería del cuerpo y sus posibilidades, trascendiendo la plataforma de penetraciones y tantos otros goces genitales, tocando las vivencias de apariencias, ficciones y seducciones cotidianas, desborda cualquier columna de opinión. No se trata estrictamente de una cultura artística obsesionada con el sexo, sino con la dimensión creativa de la intimidad hecha pública. 
La creciente apertura de la diversidad sexual contenida en ese acrónimo denso y prolífico que dice LGBTTTI (lésbico, gay, bisexual, transexual, trasvesti, transgénero e Intersexual) despliega sus formas a partir de códigos visuales y de comportamiento, formas de relación y vínculos afectivos posibles. Donde muchos y muchas ven la conformación social de la perversión, puede advertirse la necesaria creatividad vital como consecuencia de lo asfixiante que ha resultado la moral conservadora. 
La diversidad sexual, contrario a lo que se piensa comúnmente, no implica irremediablemente el deterioro de la heterosexualidad ni la monogamia. Al contrario, revela lo fundamental del derecho a decidir, a disipar las dudas que nos permitan vivir con plenitud, con placer. Ser felices. 

Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio 
Diario Cambio de Michoacán 
22 de junio 2013

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