Bienal de Bienales A. Zalce
Este domingo 19 de junio clausura la muestra retrospectiva de la Bienal Nacional de Pintura y Grabado “Alfredo Zalce”, certamen que se realiza en Michoacán desde 1997 a través del Museo de Arte Contemporáneo “Alfredo Zalce”. Su existencia es valiosa porque permite una revisión de las obras gráficas y pictóricas destacables a lo largo de 14 años de carrera como proyecto cultural, subvencionado por el estado. El concurso bianual se realiza para incentivar la práctica de la pintura y el grabado, dos disciplinas artísticas por las que se reconoce aquí y en otras geografías a Alfredo Zalce, personaje al que se busca homenajear con cada emisión de la Bienal.
Las bienales forman parte de una práctica mundial instituida en la gestión y estímulo de las artes visuales, de forma parecida en la que anteriormente funcionaban los llamados Salones. Las más célebres tienen alcance internacional y se reconocen por sus lugares sede: Beijing, Sao Paulo, Venecia, por nombrar pocas. La Bienal Alfredo Zalce se celebra como un producto cultural michoacano pero su influencia es de carácter nacional (igual que la figura misma de Zalce): artistas de diversos estados mexicanos someten a concurso entre dos y tres obras de su producción corriente para integrar una exposición que, a través del proceso de selección por un jurado de especialistas, busca dar cuerpo e imagen a una lectura de la práctica contemporánea de la pintura y el grabado. Una toma de temperatura, identificación de sus temas, innovaciones formales y técnicas, formato y representación, significación y referencias culturales; su temperamento, personalidad, capacidad estética, fuerza de convocatoria afectivo-intelectual.
La exposición de Bienales Zalce ofrece a la vista una breve selección de obras por cada certamen. Emisión tras emisión, crece el acervo del Museo de Arte Conteporáneo con los ítems premiados con menciones honoríficas y el premio único de adquisición que indica, prácticamente, quiénes ganaron el certamen en categorías de pintura y grabado. Y aquí es fundamental reparar en que la historia de esta bienal es también un poco la historia de sus jurados y curadores. Los tiempos y artistas cambian, pero las y los críticos también; traen consigo sus lecturas y opiniones acerca de las artes en general y sus expresiones particulares. Ello trae consigo que las diferencias existan entre jurados, y al mismo tiempo que el público pueda o no estar en acuerdo con los dictámenes, al anunciar premios y selecciones.
En todas las emisiones de la bienal se reconoce la abundancia de obras propuestas y número de artistas participantes. También se reconoce “la pluralidad temática y estilística de las obras recabadas”. Y posteriormente se enuncia el criterio general de los jurados acerca de los motivos de la selección, el cual ha de tomarse como el argumento curatorial para cada exposición. En el caso de la Primera Bienal Zalce (1997), el jurado incluía, entre otros, a José Luis Cuevas y Nunik Sauret, de forma que sus criterios no fueron del todo académicos sino eminentemente artísticos, y no tradicionales sino de búsqueda de vanguardia. Se buscó mostrar con las 50 pinturas y 50 grabados expuestos, un equilibrio entre configuraciones narrativas y visuales, aportes y significados compositivos, teniendo en consideración la experimentación técnica. Ilegales en el malpaís de Sergio Ávila muestra con una forma bruta de pintar, un panorama de campo y oscuros trabajadores en la pisca mientras un sujeto fuma fuera del área de trabajo. Migración, jornaleros, trabajo agrícola en el país ajeno, son tema de esta imagen de gran formato. En Jig de Víctor Manuel Hernández, la composición del grabado se basa en animales con ojos y boca envueltos en espinas y trazos que deforman las figuras. Ambas recibieron el premio de adquisición inaugural del certamen. Artistas con trayectoria como Roberto Turnbull y Marco A. López Prado aparecen con menciones honoríficas en aquella primera edición.
La Segunda Bienal (1999) contó con jurados como Adolfo Mexiac (antes que desapareciera de la escena michoacana tras su mural “Montañas de Michoacán” en Morelia), el crítico Carlos Blas Galindo, por mencionar sólo dos. El veredicto “consideró el control de los concursantes sobre la expresividad de sus obras, la congruencia de sus soluciones temáticas y actualidad de los léxicos adoptados”… lo que equivale a decir muy poco. En el argumento se habla en líneas generales, y sólo se entiende que el jurado encontró las obras expresivas y congruentes en técnica y tema. ¿Y qué más? Las obras que corresponden a esta emisión se notan eminentemente abstractas: la pintura Paisaje XIIA de Olivia Rojo y la gráfica Parvada de Angélica Carrasco fueron las obras con el máximo premio. Hay que hacer notar un rasgo, en esta emisión las ganadoras fueron ambas artistas mujeres, pero el resto de las menciones honoríficas, salvo un caso de grabado, son todos hombres. Esto mismo se repite con la Tercera Bienal, para en ediciones posteriores distribuirse las artistas en las menciones honoríficas. También es importante mencionar que en mayor medida las mujeres han habitado más numerosamente los premios de grabado, aunque también hay artistas mujeres en los máximos premios de pintura. Son datos para una lectura de género en el ambiente de los concursos artísticos.
Ahora bien, en la Tercera bienal (2001) el argumento del jurado dio un giro en su especificidad: se determinó que los discursos de los artistas “giraron en torno a la reflexión y angustia del entorno social posmoderno, así como la referencia a los símbolos y estigmas de la época…” De manera que el criterio ya no fue focalizando las cuestiones formales y temáticas de las obras sino su contenido contextual, cómo se relacionaban con el entorno de la actualidad de aquellos años; la posmodernidad aparece como tema de lectura para la Bienal, y permanece en el resto de los certámenes. El jurado, sin embargo, fue eminentemente conformado por artistas, pero ya de un espíritu diferente al primer certamen: entre ellos, Irma Palacios, Jesús Escalera y Francisco Castro Leñero.
En la Cuarta Bienal (2003), la selección de obra se interpretó como “iconografías yuxtapuestas y sugestiones del medio urbano, igualmente, en anatomías humanas que suprimen las fronteras entre el humor y la decadencia, pero reivindicadas en la manera de potencializar el dibujo y el color.” Prácticamente se habla un cuadro en particular: El origen del río de Sergio Garval, grabado que da forma a un contingente de cuerpos burdos y desnudos, cada uno en actitud de orinar para producir un gran caudal amarillo hacia la base del papel. La mirada escatológica se une a la figuración de cuerpos marginales usualmente relacionados con pobreza, suciedad e indigencia.
En próximos meses se realizará la octava edición del concurso, buen motivo para evaluar con un criterio cauteloso el rumbo que va tomando este certamen; de interés público, por cierto, pues el acervo tiene ese carácter, además que no escapa a una dimensión política.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
19 de junio 2011
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