Tarot: Arte y Templanza

De izquierda a derecha, ilustración de un mazo antiguo de Tarot, el Arcano XIV del mazo Crowley y el Arcano del mismo número en el tarot de Arthur Edward White.

Hay ciertos objetos culturales disponibles en la actualidad, pero provenientes de fuentes muy antiguas, por las que el pensamiento pasa sin demasiadas preguntas, suponiendo que es terreno conocido o sencillamente inescrutable, oculto, inaccesible y/o probablemente dudoso por mágico en diferentes niveles. Uno de esos objetos es el Tarot.
Sus orígenes datan del siglo XIV e inicialmente su uso consistió en un juego de naipes no diferente a las barajas que aparecieron desde ese siglo formadas por 56 cartas típicas. Representaban palos divididos en cimitarras, bastones, copas y monedas, hasta que más adelante evolucionaron hacia las espadas, los bastos, copas y oros. A mediados de siglo surgen por primera vez las 22 cartas adicionales (llamadas “triunfos” o trionffi) que representan diferentes escenas o tipos medievales.
Hacia el siglo XV, una vez que ya existían varios mazos del conocido Tarocchi, un pintor de la corte de los Visconti en Milán, Bonifacio Bembo (activo entre 1447 y 1477) realizó una versión de los naipes por encargo del duque de Milán Filipo María Visconti, con motivo de la celebración por la unión entre Francesco Sforza y la hija del duque, Bianca Maria Visconti. Se presume que el propósito de ese mazo fue expresar y consolidar el poder político en Milán (como era común con otras obras de esa época). Los cuatro palos mostraban aves y otros elementos de la heráldica de la familia Visconti, y aparentemente el orden de las figuras asienta el fundamento para asumir que el mazo estaba dirigido a implicar que los Visconti se identificaban como descendientes de Júpiter y Venus (los cuales no eran percibidos como divinidades sino como héroes terrenales endiosados). Este mazo se encuentra elaborado a la manera de láminas miniadas (conocidas como miniaturas) y, en parte, en el estilo gótico. Las cartas están resguardadas en diferentes sitios, como la librería Pierpont Morgan, la Academia Carrara y la Casa Colleoni. De la misma época se conservan diferentes versiones de las cartas, siendo resguardadas en diferentes bibliotecas Europa.
Hay que decir que los naipes eran usualmente utilizados en el contexto de un juego y, de forma menor, como un ejercicio adivinatorio. Este uso se desarrolla a partir del siglo XVIII, cuando el ocultista Anoine Court de Gebelin declaró que el Tarot (nombre que ya se le daba en francés) era un vestigio del Libro de Thoth, “creado por el dios egipcio de la magia para transmitir a sus discípulos la totalidad del conocimiento” (Rachel Pollack).
La lectura de las cartas y su simbología se asemeja a la forma en que se hacen lecturas iconográficas e interpretativas de obras de arte tanto religiosas como seculares y modernas. Los elementos que dan la atribución a las imágenes, composición, gestos, las referencias intertextuales, literarias, mitológicas y simbólicas se reconocen a partir de la observación minuciosa, la interpretación sensible y la visión de contexto. Los contextos, por supuesto, son distintos. Sin embargo, no evitaremos notar que hay semejanzas entre quien consulta las cartas en busca de respuestas para la interrogante que guarda, y quien consulta obras de arte en busca de claves simbólicas y culturales de nuestro tiempo o anteriores. Ambos contextos intervienen en el proceso del descubrimiento.
Por interés personal, una cercanía con diferentes mazos de Tarot trajo la ocasión de encontrar un Arcano (nombre que recibe cada carta y que significa conocimiento secreto) con el título El Arte. Se trata del triunfo 14 –es decir, no pertenece a ningún palo- en el mazo moderno que Aleister Crowley publicó en 1942, pintado por su discípula Frieda Harris. Es importante la precisión porque en las diferentes versiones modernas la imagen cambia en ciertos elementos.
En la interpretación de Gerd Ziegler el triunfo de El Arte manifiesta la unión de opuestos, equilibrio, conversión interior, transformación, alquimia, salto cuántico, fuerza creativa.
La carta está llena de símbolos de integración, de unión de opuestos, como la unión alquímica de agua y fuego, que también corresponde a la integración de lo masculino y femenino, oscuridad y luz, muerte y renacimiento, elementos todos identificados con una dimensión interior. La fusión de los opuestos es el primer paso hacia la unión total, y estas fuerzas opuestas se transforman en un nuevo ser; se trata del proceso procreativo de empezar algo nuevo. El color del vestido es el aducido a la creatividad por vía de una semejanza natural: verde. Alrededor de la figura central, de dos caras, que vierte sobre un caldero agua y fuego en actitud serena, hay una inscripción en latín que significa: Explora las zonas profundas de la tierra; mediante la purificación encontrarás la piedra escondida. En el símbolo de la unión de contrarios y el texto se encuentra la conclusión de que dicha transformación habrá de buscarse en el contexto del mundo natural. El león y el águila, en la parte inferior de la carta, ya han sido transformados: el primero, representante del elemento fuego, ha adoptado el color del agua; y la segunda, emblema elevado del símbolo del agua, aparece con el color del fuego.
Un mazo publicado anteriormente, que da origen a las diferentes versiones del siglo XX, es el del inglés Arthur Edward White, pintado por Pamela Colman Smith en 1910. Da al triunfo 14 un nombre diferente al de Crowley: La Templanza. En su interpretación, Rachel Pollack menciona que la Templanza indica la capacidad de combinar la espontaneidad con el conocimiento. El término “templanza” significa moderación, y para la mayoría de las personas esto refiere a un dominio de sí. Sin embargo, “no se trata de una inhibición artificial acorde con algún código moral, sino de lo contrario: una respuesta adecuada y auténtica a todas las situaciones a medida que se plantean.” El latín temperare en realidad connota la noción de “mezclar”, “combinar adecuadamente”. El ser alado de la carta pisa a la vez la tierra y el agua, vierte un líquido entre dos copas sin que una gota se pierda. En ello se ha querido ver la vinculación que este ser realiza entre las dimensiones material y espiritual, entro otros simbolismos más intrincados.
Artistas de diferentes épocas han optado como trasfondo de obra vías diversas: desde el arte sacro de diferentes iglesias (católicas, protestantes, ortodoxas) hasta los actuales conceptualistas y la filosofía contemporánea. El neoclásico del siglo XVIII fue el soporte material de pensamiento Ilustrado, el impresionismo fue nutrido en sus desarrollos por nuevos descubrimientos de la ciencia y la industria.
Piet Mondrian manifestó en su pintura su pertenencia a la gnosis ocultista Rosacruz lo mismo que el francés Erik Satie para su música. Las pinturas murales de Diego Rivera en el edificio de la SEP pueden leerse como un inmenso discurso esotérico, según investigaciones de Fausto Ramírez y Renato González Mello (Diego Rivera perteneció a una logia rosacruz llamada Quetzalcóatl); y diversos murales de José Clemente Orozco echan mano de un simbolismo masónico y esotérico. El ocultismo en el arte se encuentra más próximo de lo que imaginamos.

Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
3 de octubre de 2010

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