Quiroga y Guayangareo

Una de las ventajas de un tiempo como el nuestro, repleto en las carteleras culturales y agendas políticas de asuntos del Bicentenario y Centenario, consiste en la capacidad que existe para contribuir a la reflexión histórica y cultural de nuestra mexicanidad, en sentido contrario a la reedificación de viejos mitos y consolidación de nuevos baluartes nacionales, festejos fatuos y negación de la realidad. Una desventaja es, sin duda, que un artículo como éste puede perderse entre lo mucho que se ha escrito en torno a la coyuntura que atravesamos. Es tan avasallador el conjunto de obras de diferentes artes que se han creado en torno al presente -que también es nuestro pasado- que este texto se perderá en el descomunal remolino de las opiniones. El fantasma de la inestabilidad social de sendos centenarios no es ningún fantasma hoy día, está presente, nos rodea, estamos dentro.
En la historia oficial hay ciertas contradicciones que no suelen contarse. Entre ellas, la fundación de la ciudad de Valladolid y la oposición que hubo entre los peninsulares que la fincaron y el entonces obispo de Michoacán, Don (Tata) Vasco de Quiroga.
Vasco Vázquez de Quiroga y Alonso de la Cárcel llegó en 1530 a Nueva España junto con la Segunda Audiencia de México, en calidad de oidor. Se había destacado en sus labores de abogado en España, concretamente en la Real Cancillería de la provincia de –curiosamente- Valladolid. Fue enviado tres años después como visitador a los territorios de occidente para atender la inestabilidad provocada por ciertos hechos entre conquistadores y el pueblo p’hurepecha en Tzintzuntzan; por ejemplo, el que Nuño de Guzmán diera muerte al cazonci Tangaxoan II en las inmediaciones de lo que hoy conocemos como Jalisco. Fue hecho preso y torturado bajo acusación de conspirar un levantamiento indígena contra los españoles. Este apresamiento recuerda un poco a la conspiración independentista de Valladolid de 1809. La comparación es arbitraria.
El obispado de Michoacán (el cuarto que se funda en Nueva España) se constituye en 1536, Vasco de Quiroga es elegido como el personaje idóneo para llevar esa batuta. Para ese entonces, ya había fundado pueblos-hospitales para la atención de indígenas tanto en México como en Santa Fe de la Laguna, en Michoacán; pero nunca había tomado órdenes sacerdotales; era un abogado. Este percance se resolvió cuando dos años después (1538), por bula papal de Pio V y el rey Carlos V, Quiroga pasó de laico a obispo. Una de sus primeras disposiciones como tal fue trasladar la sede del obispado desde Tzintzuntzan, una de las capitales p’hurépechas, hacia uno de sus barrios: Patzcuaro.
La decisión importunó los ánimos de varios españoles ya residentes en el pueblo de Guayangareo y del mismísimo virrey Antonio de Mendoza, incluso de los propios indígenas; cuyas objeciones desoyó el obispo Quiroga para llevar a cabo su proyecto, considerado por el filósofo Luis Villoro como uno de los Grandes momentos del indigenismo en México. De este modo comenzaron las dificultades entre Quiroga y los vecinos de Guayangareo.
Este pueblo, cuyo nombre se interpreta usualmente como “loma suave y alargada”, fue visitado por el virrey de Mendoza entre 1539-40. Le pareció propicia la loma, el aire, la abundancia de agua, los elementos del terreno, para que detentara una ciudad. Autoriza en 1541 a los residentes de fundarla con el nombre de Nueva Ciudad de Mechuacan, lo cual sucedió ese 18 de mayo. Valladolid era un nombre que en realidad aún no aparecía en el aire.
El inconveniente que esto representaba para Quiroga consistía en que el reconocimiento de la ciudad implicaba aceptar que la capitalidad del obispado y la residencia del obispo tendrían que pasar a este lugar. El Vasco se defendió desconociendo al poblado como Nueva Ciudad de Mechuacan, primero y negándoles el oficio espiritual a los habitantes, quienes recibieron auxilio de franciscanos y agustinos ya con presencia en Guayangareo. La ciudad siguió siendo apoyada por el virrey de Mendoza y hasta por el siguiente virrey: Ruiz de Velasco que e 1550 ordenó dotarla de poblados aledaños para que fueran la primera mano de obra para la edificación de los conventos de San Francisco y San Agustín.
Quiroga no se guardó en su sede a brazos cruzados. Sabiendo que poco podría conseguir en la Nueva España, realiza un viaje de tres años a España en 1547, trayendo a su vuelta tres cédulas reales. Con dos de 1552, se prohibía usar el nombre de Nueva Ciudad de Mechuacan a los vecinos de Guayangareo, población que regresaba a su carácter de pueblo, ratificando a Pátzcuaro como la única ciudad reconocida del obispado. La tercera cédula (1553) le concedió el escudo de armas a Pátzcuaro, coronando con ello el revés jurídico en perjuicio de los habitantes de Guayangareo. El pueblo subsistió gracias a las labores de franciscanos, agustinos, los virreyes y los mismos fundadores de la población.
La muerte del hábil abogado y obispo Quiroga en 1565 favoreció las aspiraciones de los pobladores de la loma. El papa Pío V autoriza por bula papal el traslado del obispado de Pátzcuaro a Guayangareo en 1571, lo cual sucede siete años más tarde, apareciendo ya concretamente el título de Valladolid, tanto para la capital como para la provincia.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
12 de septiembre de 2010
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