La solemnidad y la risa en el museo

La experiencia de laborar en un museo, concretamente en el trato directo con las y los visitantes y su paso por las salas de exposición, como en las guías de visitas, permite encontrarse con una rica variedad de actitudes frente a obras artísticas. Algunas personas entran con un aire muy solemne, como si fueran a un concierto de gala; otras no logran ocultar ese aire de supuesta supremacía que otorga la “familiaridad” con que asumen los temas y objetos de arte; hay quien pasa sin realmente ver nada más que cosas curiosas o elementalmente “chidas”; son numerosas las personas que entran con un interés específico y salen disfrutando haber asistido, o cavilando por las obras que vieron.
Ante los ojos de quien esto escribe ha habido personas que, entrando al museo sin demasiadas expectativas, en algún punto del trayecto describen de pronto un súbito y emocionante entendimiento frente a lo que ven, algo como un alumbramiento, hay sonrisas, inquietud… Presenciar eventos así en las personas conmueve y emociona. No hace falta un excesivo conocimiento para concebir una idea a partir de una obra artística, antigua o contemporánea, desde la expectación. Algo interesante a resaltar aquí es el cambio de actitud dentro del museo (y frente a la obra de arte) a partir de ese momento.
Existe una noción de “solemnidad” que permea nuestra cultura museística. Hoy día opera un código social de conducta que dicta que la serenidad y la quietud son actitudes “adecuadas” durante la visita al museo de arte. Ello se apoya con opiniones como la de Pierre Bourdieu, que en su libro El amor al arte refiere a una línea de pensadores que afirmaban que el contenido de la obra se revela al visitante únicamente en el silencio.
¿Pero qué tan fiel debe ser esta actitud de solemnidad? ¿Aplica para absolutamente todo lo que se muestra en un museo de arte? La respuesta de Avelina Lésper, crítica de arte, es que no, especialmente en las exposiciones de arte contemporáneo. “Hay una especie de solemnidad muy rara, que la gente llega a los museos y entonces es ‘cara de circunstancia’: aquí cara de que entiendo lo que estoy viendo.”
No es raro encontrar exposiciones a lo largo y ancho del país que generan en nosotr@s, los públicos, expresiones como “¿y eso es arte?” Lo que desde hace décadas se conoce como arte procesual y arte conceptual, corresponde a lo que Avelina Lésper identifica con el anti-arte. El anti-arte lo describe como una vena que nace en la historia desde principios del siglo XX con Marcel Duchamp, el cual expuso un urinario de cerámica hecho industrialmente y titulándolo “Fuente”. Más precisamente llamado an-arte (no-arte, sentido que Duchamp incluso aclararía para evitar el término anti-arte, contra-el-arte), este tipo de ejercicios encerraban un esfuerzo artístico por “estetizar” cualquier objeto existente, dotarlo de un sentido poético “visible”, de forma que el horizonte de cosas que se podían insertar dentro del espacio de la galería o el museo rebasaba a la pintura, la escultura y otras artes visuales tradicionales.
En la historia de esta vena, llamada a sí misma “conceptual”, la crítica encuentra obras “ridículas” como la lata de mierda de artista enlatada de Piero Manzoni y su “pedestal del mundo”, la caja de zapatos vacía de Gabriel Orozco siendo pateada por el pabellón México de la Bienal de Venecia, fotografías desenfocadas en numerosas exposiciones fotográficas en los centros de exposiciones más concurridos de Nueva York, por mencionar poco.
Lésper opina que el anti-arte le abrió la puerta “a miles de personas que no tienen talento, que no tienen oficio, que no tienen una razón de ser para que estén metidos en las galerías, en los museos y se estén cotizando (en el mercado) a través de curadores, de galeristas.”
Respecto a las y los curadores, comisarios de exposición, llama la atención sobre la razón por la cual esta figura cobra fuerza en las últimas décadas de nuestro país. “Los speechmakers, así les digo yo a los curadores, son los que inventan a estos artistas. O sea, el curador da el concepto, llama al artista, le dice dónde se ponga y además hace la explicación de la obra. Los artistas no se están dando cuenta que con este método de trabajo, el que está por desaparecer es la del artista.
“Cuando el artista es sólido y su obra habla por sí misma, y no necesita alguien que la explique ni que la proteja ni que le esté dando un discurso, el artista no necesita un curador. Si el artista es mediocre, la obra es débil, no tiene razón de ser, es un objeto absurdo tirado ¿qué es lo que necesita? Antes que nada, un curador. Un curador que lo acomode y diga: esta obra significa esto y este es el discurso y le escribe una cédula y le escribe un catálogo, le escribe un discurso y una explicación.”
De manera que en la escena mexicana, entrar a un museo, o una galería (sea privada o pública) para ver una muestra de arte actual, no implica asumir una actitud de inquebrantable quietud y seriedad. No todo lo que brilla es oro, no todo lo museable es artístico, no toda exposición requiere solemnidad.
Lésper continúa. “Si nos ponen cosas ridículas tratémoslas como cosas ridículas. Tenemos que entrar y reírnos en los museos, tenemos que entrar y reírnos de lo que estamos viendo. Quieren que les demos solemnidad y que nos impresionemos como si estuviéramos viendo a Otto Dix o […] Rembrandt; que me disculpen, entonces que pinten como Otto Dix y como Rembrandt si quieren esa solemnidad. Si quieren que la gente caiga de rodillas como si estuviera enfrente de un Velázquez, entonces que pinten como Velázquez. Pero si me ponen una escultura con orejas de Mickey Mouse, o me ponen un pingüinito, o la ropa interior sucia de no sé quién, sus condones, o un pedazo de mierda, pues ríete. Si nos ponen cosas de ese nivel de ridículo ¿para qué les ponemos cara de solemnidad, como si estuviéramos en misa?”
Las opiniones de esta crítica, una de las voces más reaccionarias en cuanto a crítica de arte en nuestro país se refiere, provienen de una entrevista publicada en línea (herickh.blogspot.com). Los temas que toca son mucho más variados que lo que hemos comentado aquí. Reparando en una última idea, se menciona una estrategia para responder ante un panorama artístico nacional e internacional que ofrece obras de arte contemporáneo que plantean retos a la sensatez y al sentido común de los públicos: “una forma de protesta es estudiar. Si tú te das cuenta que está muy mal la educación, la única manera que tienes de decirlo es estudiando. Es decir, ir en contra de esa mediocridad que está establecida.”
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
27 de diciembre 2009
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