El cuerpo. Mina de riquezas y desgracias.
Una cabeza y dos orejas. En la cara dos ojos, nariz y boca forman el rostro; dos brazos, dos piernas, un sexo. Esta es la configuración general a partir de lo cual se establece el criterio de normalidad en un cuerpo. Cualquier estructura alterada del mencionado esquema constituye un cuerpo incompleto, de lo cual se desprenden las nociones de anormalidad, de discapacidad –este último en cuanto a una consideración de funcionalidad. La base orgánica de una persona es asiento para la identidad, así como el carácter (que es componente orgánico) es el germen de la personalidad (constructo psicológico).
Tal vez como ningún otro motivo visual y plástico, el cuerpo ha sido la configuración más antigua utilizada para la representación de ideas e intenciones. Y no sólo el cuerpo humano: las pinturas rupestres más antiguas, como es sabido, transitan por la figuración animal, como en el caso de las cuevas de Altamira y Lascaux (España y Francia, correspondientemente). Esto en cuanto al llamado ‘arte parietal’; pero en el ‘mobiliar’ prehistórico, la configuración humana adquiría un talante divino en la representación de diosas madres (véase la Venus de Wilendorf, hallada cerca del río Danubio en 1908, con antigüedad aproximada de 22 000 años).
La valoración sobre la producción material de las culturas antiguas permite vislumbrar que la representación del cuerpo poco tenía que ver con un reconocimiento individual humano. Antes que todo, la identificación manifiesta en las corporalidades plásticas correspondía a entidades divinas o humanidades indeterminadas, más tendientemente colectivas. Al menos en Occidente, las primeras personalidades determinadas en la representación escultórica comienzan en la época clásica de Grecia: Perícles, Alejandro Magno, Tucícides fueron rostros que emergieron en medio de abundantes cuerpos anónimos conocidos como Kouros y Korés.
Todas las culturas toman una posición respecto al cuerpo, no hay una que se escape. Incluso la iconoclastía de los musulmanes durante la edad media, al menos, delata la postura de la imposibilidad e indignidad de representar a Dios y sus creaciones mediante imágenes; dando origen así a la geometría sagrada para la edificación de iconografías profundas.
El cuerpo es realidad vital que sustenta nuestra vida, pero como símbolo ha sido campo de incontables atribuciones. El cuerpo es social, pues aunque soporta individualidades compone el común de los sujetos humanos. Sobre ello se establece la igualdad entre las personas, la identificación como especie; pero no es ajena a la historia de las civilizaciones la pretensión de jerarquías edificadas para hacer distinciones entre las personas. La sangre (pura o mezclada), el color de la piel, su desnudez o el carácter de la envoltura que es su vestimenta. Toda la vida social está soportada sobre el cuerpo y los límites que se le imponen, los usos para los cuales se determina, los ideales hacia los que se ofrenda o inmola.
En su carácter simbólico, el cuerpo jamás tiene un carácter unívoco. Sujeto siempre a interpretación, su imagen ha de ser tratada con carácter crítico para develar su estatuto cultural en momentos determinados. Durante buena parte del muralismo heroico en México, por ejemplo, el cuerpo indígena mexicano era representado aparentemente bajo el criterio de exaltación frenética de “la raza”, con la cual se pretendía edificar la noción de identidad nacional. Sin embargo, en muchas ocasiones estos cuerpos morenos configuraban su estatuto a partir de la exhibición de musculaturas pronunciadas y posturas beligerantes, con lo cual se exaltaba mayormente su virilidad; y esto ha sido anotado por el investigador Renato González Mello, particularmente en referencia a las pinturas de David A. Siqueiros en el Palacio de Bellas Artes (ciudad de México).
Pero un poco más cercano a nuestro tiempo, Josefa Ortega (curadora del Museo de Arte Moderno) ha considerado que durante el Neomexicanismo (en la década de 1980) las investigaciones plásticas e identitarias de los artistas en México se focalizaron en el cuerpo mediante el abordaje de temas como la religión, la patria, los roles de género y la sexualidad. El cuerpo, “entendiéndolo como receptáculo artístico en el que las identidades colectivas fueron diluyéndose para dar paso a la construcción de identidades personales”, fue elemento básico para delatar que toda identidad es una construcción; si no ficticia, al menos ficcional.
Buena parte del arte contemporáneo hereda este abordaje al cuerpo como un pozo inagotable de producción de sentido y cohesión para individualidades. Tan así que las prácticas artísticas inauguraron formalmente una modalidad determinadamente avocada al trabajo del cuerpo como material estético: el performance, incluido en la categoría general de las “formas PIAS” (por sus siglas de Performance, Instalación, Ambientación).
Mucho se ha tratado acerca de la dimensión política de los cuerpos en sociedad. El Feminismo, comprendida como crítica de la cultura, incide fundamentalmente en estas consideraciones. Y en medio de los debates que tienen lugar en la vida pública de nuestra actualidad, también se ha discutido acerca del estatuto artístico del performance: ¿forma parte de la estructura de las artes? ¿es más adecuado considerarle como una práctica política? ¿sucederá, igual que con el debate sobre la artisticidad de la fotografía, que sin resolver terminantemente el asunto ha llegado el momento de asumirle como un arte y ya?
Con todo, la práctica performática, independientemente de su estatuto artístico, ya es un trabajo con el cuerpo que sigue despertando a la movilización de conciencias y colectividades en el giro cultural que se experimenta a nivel global. La aparición de instituciones culturales dedicadas al performance, como los estudios de máster en la Universidad de Nueva York, el próximo Marina Abramovic Institute en Estados Unidos, o la creación del X Teresa Arte Actual en nuestro país, en la opinión de diversos practicantes de la modalidad implica la des-politización de la misma. El asunto no ha concluido: el cuerpo sigue siendo una mina de riquezas y desgracias que no se acaba.
Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio.
Diario Cambio de Michoacán.
14 de octubre 2012
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