Otto Cazares y la experiencia del (des)amor.

La muerte exhausta. Febrero 2010. Foto: Juan Carlos Jiménez A.

Pocas ocasiones recurro, en este espacio editorial, a la referencia personal, a la alusión de circunstancias individuales, a la confesión íntima. La última fue al cumplir un año de escritura en esta columna y como tema, en aquél entonces, traté sobre la crítica de arte como opción personal y como enseñanza adquirida gracias a la proximidad de queridas e ilustres personas. 
Hoy, dispensen ustedes lectoras y lectores, haré un nuevo paréntesis no sin compartir algunas referencias artísticas, sin duda, para ilustrar una circunstancia personal dificultosa de tiempos añejos y recientes: la dolencia de los amores pasados y la necesidad de apartarles por la necesidad de futuro.
Recientemente, en un foro en Internet, titulado El diario terrorífico, escribí lo siguiente: “Las cartas de (des)amor de otro tiempo hacen un buen fuego. Anoche quemé algunas. En realidad casi todas las que pude encontrar en el sitio donde diligentemente las guardaba según las recibía. 
¿Por qué duraron tanto en combustión? Hubo que atizar la llama, picar la luz con una vara, darle la vuelta al coso ardiente, añadir alcohol y admirar estallidos, mirar la negrura aparecer con pequeños puntos luminosos migrando sobre los cantos. 
La razón común dicta que un papel se quema en poco tiempo. ¿Por qué duraron tanto? ¿Habrá sido la cantidad de tinta un eficiente y crepitante combustible? ¿Lo fogoso de aquellas palabras? ¿La intensidad condensada en tantos trazos comunicantes de querencias y dolores? ¿La pasión, la pulsión de muerte, los relojes detenidos que dieron a las hojillas su carácter de pasado? ¿Los besos y reproches? 
Anoche encontré algo dentro del cazo combustible: donde hubo fuego, cenizas quedan; las cenizas de las cartas consumidas. Hoy la casa huele a hollín. Pero mi cuerpo siento fértil como los campos por sembrar después de la quema de la yerba seca.” 
Envuelto por esta sensación vital de apartamiento del pasado no cumplido, concluido, mediante la acción purificadora del fuego, me encontré con una reciente emisión auditiva de la serie Cuaderno de los espíritus y de las pinturas del artista Otto Cazares, la cual se emite en Radio UNAM todos los días (soy un aficionado radioescucha de esta estación hace años). El título de esa emisión fue Amor, vete, quiero extrañar al amor, y se encuentra dedicada “a quienes les hayan roto el corazón o estén llorando algún amor.” Escuché afanosamente y la experiencia me desbordó. 
Cazares comienza. “Primero, una triste noticia […] solo amamos una vez, pues sólo una vez se está perfectamente equipado para amar. Después amamos, naturalmente, pero este amor tiende a protegernos. Ya no nos entregamos con la apertura que solíamos. En cierto modo, las penas de amor inmunizan contra amores subsiguientes. Después, extrañamos al amor, pero no aceptamos un nuevo amor, y nos encontramos diciendo: Amor, vete, quiero extrañar al amor.” 
La vivencias incontables de buena parte de la gente que conozco podrá confirmar esta circunstancia, que describe Cazares citando a uno de sus autores habituales. Sin embargo no puedo evitar confrontar esto con mi historial amoroso: se puede, en verdad, amar varias veces en la vida con toda el perfecto “equipamiento” para ello: apertura, inocencia, entrega, ilusión, fantasía, fervor. Aunque reconozco que el resultado ha sido el mismo que el arriba descrito: la experiencia del amor y sus finales modifican la experiencia para las ocasiones futuras. 
 Aludiendo a su gran riqueza referencial, Cazares abunda. “Un gran emoradizo, como fue Goethe, que lloró y sobrevivió al fuego que prendía sus pasiones, decía que en la juventud se superan rápidamente las heridas y las enfermedades, la culpa y las penas. Los medios útiles para remediarse en la juventud son los ejercicios físicos. La equitación, la esgrima y el patinaje […] Y sobre todo, para Goethe, lo más importante, era la confesión poética de sus amores: la espiritualización del recuerdo amoroso.” Recuerda Cazares el caso del libro del autor Las desventuras del joven Werther (sencillamente conocido como “el Werther”), el cual es precisamente eso: “un coral sin salud de la confesión amorosa que Goethe sintió por Carlota Buff; mientras que Goethe sobrevive a su pasión, su personaje literario no.” Se suicida sin remedio ante las penas del desamor. 
La vida sigue, si no la terminamos antes nosotros, y así experimentamos una conclusión contraria al final del descorazonado Werther: “Lloraremos amores, y quizás lo más trágico de todo es que sobreviviremos a ellos.” En nuestra capacidad para la pasión llevamos la penitencia. 
Finamente, Cazares cita el libro La paradoja del amor del filósofo y ensayista Pascal Bruckner, a partir de una breve reflexión acerca de la figura del ‘ex’. ¿Qué es un ‘ex’? “Los ‘ex’ conforman una especie de currículum vitae de fracasos. Un ex posee un estatuto ambiguo de fantasma, un muerto que no está enterrado. Pero también, dice, es consolador saber que no somos los primeros en la historia emocional de alguien. Que el ser amado goza de cierta experiencia, para que la adoración de la que somos objeto no venga de la ignorancia sino de una comparación razonable.” 
Las personas, sin embargo, nos desprendemos de la ignorancia a un ritmo diferente; y no somos pocos los casos en que la experiencia del amor del ‘otro’ o la ‘otra’ se aleja, tristemente, de aquella comparación razonable, del paradójico deseo de amar y querer entendiendo. Nos sentimos así, “incomprendidos” por quien nos ama, y el idilio termina estrepitosamente o enferma. 
Termina Bruckner con una reflexión conmovedora. “Al final, experimentamos por el grupo de hombres o mujeres que hemos querido, herido o mal amado, un reconocimiento: nos han convertido en lo que somos, y un poco de su sustancia permanece en nuestra carne hasta el final.” 

Publicado en el suplemento cultural Letras de Cambio.
Diario Cambio de Michoacán. 
22 de abril 2012

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