Política sin Estética


Hace un siglo, para los gobiernos revolucionarios de nuestro país, la visualidad del poder a través de las artes era una cuestión primordial, central. El muralismo, la Escuela Mexicana de Pintura; la escultura, arquitectura y gráfica nacionalistas, junto con los monumentales programas murales en edificios gubernamentales, eran algo más que aspectos accesorios de decoración para las instituciones: eran, literalmente, la artillería pesada. El gobierno comunicaba a la población los valores a través de símbolos; la estética oficial era el rostro del Estado y la población su receptora.
A lo largo del siglo XX esta relación entre Estado y Estética se fue diluyendo hasta el momento actual, en el que las campañas políticas de cara a la elección del presente domingo en Michoacán se rigieron, como desde hace décadas, por las imágenes que “mejor” penetran en la sociedad a través de los medios (electrónicos e impresos) para generar entusiasmo en la población, no interés. Trataré en este texto de las imágenes de las campañas políticas que inundaron el estado en semanas pasadas (de la cuales permanecen las secuelas, como la basura y adheribles en coches y casas) como si se tratara de una exposición instalada en la calle y transmitida por los medios.
Supongamos que pueda existir algo semejante a una “iconografía de las candidaturas”, un universo visual y simbólico, evocativo, del cual echaron mano los partidos y sus candidatos para presentarse a la sociedad a la cual aspiran representar los próximos 4 años. Más allá de la pregunta sobre la Estética del Poder, cabe preguntarse cuál es el despliegue estético de las y los aspirantes al poder.
Las campañas de las candidaturas cumplen con una cuota básica en cuanto a representación visual: el retrato. Con rostros nítidos e iluminados, los aspirantes nos presentan sus pieles claras (aun cuando su tez sea morena) y límpidas; las sonrisas y miradas frontales manifiestan claridad, amabilidad, ligereza, confianza. Sonríen de la manera más dulce en las que les podamos ver durante su tiempo funcional en caso de ganar la elección de sus puestos por conseguir. Carteles, volantes, lonas e impresos en vehículos particulares y transporte público refuerzan a la vista, una y otra vez, estos rostros gentiles que transpiran transparencia e interés social, desde quienes anhelan la gubernatura del estado hasta las diputaciones y presidencias municipales. Estos rostros, ya sin el maquillaje del estudio fotográfico, se descomponen en los años siguientes y la fotografía periodística se encarga de hacérnoslo notar. Esa felicidad afable y cálida cesa cuando acaban las candidaturas, cuando las y los aspirantes ya no necesitan nuestro voto.
El segundo paso, después del retrato, consiste en figurar a la persona candidata rodeada de gente para dotarles de algún carácter ya compartido. Fotografías de Genovevo y Fausto, en primer plano, les exhiben circundados por personas fuera de foco que celebran su presencia, mientras ellos levantan su brazo; el primero indicando una dirección con el índice, el segundo con el puño cerrado y vertical, líder de masas y victorioso. Silvano y Marko, aunque pugnan por diferentes posiciones en el estado, se retratan rodeados de niñas y niños que sonríen jovialmente. La niñez se utiliza aquí para endulzar y suavizar su carácter, para simbolizar la coyuntura de la presente elección con las generaciones futuras, confeccionar imágenes de cándidos candidatos. Estas escenas contrastan dramáticamente con las de niños de 13 años con la playera de Wilfrido Lázaro -o de cualquier otro partido- que trabajan limpiando parabrisas automotrices en semáforos de la avenida La Huerta de Morelia –o cualquier otra avenida michoacana.
Cocoa, Marko y Wilfrido (de nuevo, ambos) se hacen retratar conversando con ciudadanos tanto urbanos como rurales. Los semblantes arrojan a la vista aspectos como interés, preocupación, atención, escucha, establecimiento de vínculos (nótense los brazos que candidatos extienden sobre los hombros de sus votantes). Todos éstos, valores loables; forman parte de la red semántica que indicaría que todas y todos los aspirantes políticos se inclinan por el establecimiento del bienestar social a través del Estado. Sin embargo, no hay que perder de vista que lo que en esas fotografías se manifiesta como contacto directo entre personas más tarde se convertirá en relaciones institucionalizadas y, por tanto, impersonales.
Otro elemento a considerar dentro del despliegue visual de todas estas escenas son los textos que las acompañan, imagen y palabra respaldándose una a otra. Incurriendo en excesos mercadológicos, donde se “venden” imágenes para “comprar” votos, los slogans condensan mensajes cortos y contundentes que van desde “Una mujer de valor” (todas las candidatas del PAN recurren a dicha frase, resultando todas iguales mediante el mismo carácter), “Vamos todos” y “Michoacán merece respeto” hasta “Ahí te Moy” del candidato Moisés o “Marko Cortés tiene tres”. El candidato Chava incluso se convirtió a sí mismo en caricatura sonriente con un pulgar arriba, lo cual no le dota con demasiada seriedad para la función pública.
Este uso tremendo y desesperado de la mercadotecnia refleja, en última instancia, un esfuerzo cuestionable por superar el inmenso descrédito que las figuras de la política mexicana guardan entre la población y la percepción de sus representantes. Sus imágenes les hacen más próximos a los ejercicios de las marcas comerciales, la cultura televisiva y los espectáculos que a la respetabilidad política y el compromiso comunitario.
Así puede afirmarse que la estética ha abandonado la imagen que partidos y candidatos proyectan de sí mismos, los símbolos evocadores de una colectividad son desplazados por los iconos de personalidades que se promueven individualmente, se confunde la representatividad política con la popularidad y la función pública con una “chamba” de prestigio.
La calidad de los pensamientos se manifiesta en las palabras que se usan para darles forma. La cualidad de las propuestas políticas se delata en los símbolos de los que se sirve para comunicarse con sus votantes. Si las palabras y símbolos fallan o se hacen vanos, pensamientos y propuestas se convierten en productos de “dudosa procedencia”. Se torna todo, entonces, en una Política sin Estética.

Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
13 de noviembre 2011

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