Confesión no pedida

Para Raúl Suazo, en su cumpleaños.
Para Ana Zavala, por sus “Lágrimas de agua dulce”
Para Consuelo Román, por la memoria.
No es comùn que un crítico se explique a sí mismo en sus textos, y sin embargo llega el momento en que ello es necesario porque la entraña y los diez dedos con los que se teclea le exigen comunicar y compartir lo que nadie le pide. Es más común que del crítico se espere objetividad (o al menos una subjetividad reconocida), amplio conocimiento de las disciplinas a las que se refiere (o al menos administrar con sabiduría el desconocimiento) y hablar en tercera persona (por mero formalismo literario, aunque naturalemente existen las exepciones).
El desamor es cicuta que nubla la vista, entumece el criterio y desaira el impulso para decir qué pasa con el mundo, según el propio entendimiento. Si han pasado 15 días desde el último texto que aquí compartimos (ustedes, ojos lectores y yo, ojos escribientes) es porque el quebranto y el giro en el trabajo se han vuelto remolino atroz que silencia la palabra y entristece la visión. He aquí un esfuerzo por salir al paso, y es bueno -y necesario- empezar por reconocer qué se le debe a quién y cuándo.
Un dos de noviembre, hace siete años, arribé a Morelia desde la Ciudad de México para radicar aquí por tiempo indefinido, en medio de circunstancias personales enrarecidas. Hace seis me inicié en los estudios sobre arte, por lo cual, a diferencia de otras tantas personas -que pretendidamente crecen rodeadas de arte desde su infancia- estas disciplinas me son relativamente recientes. De los años en la escuela de Historia del Arte aprendí a no dar nada por sentado, puesto que los ambientes culturales, artísticos y académicos de Michoacán y de todos lados son proclives a prejuicios. Si las artes son y han sido elitistas, no es por la naturaleza de éstas, sino por las élites que pretenden que el arte sea parte de su territorio de dominio. Es responsabilidad de quienes advertimos este hecho, contrarrestar ese efecto.
Valga recordar que a principios de siglo XX el nacionalismo modificó la política porfirista de limitar la educación artística oficial a una élite que se concentraba en la Academia de San Carlos. Las clases nocturnas de pintura de esta academia abrían sus puertas a estudiantes que no eran arropados por las cúpulas en el poder. Diego Rivera pertenecía, en sus años de estudio, a las clases diurnas de San Carlos durante el porfiriato. José Clemente Orozco a las nocturnas. Cuando Alfredo Ramos Martínez entra a la dirección de San Carlos después de la huelga que los seguidores de Gerardo Murillo emplazan para expulsar al anterior director Antonio Rivas Mercado, se abren las Escuelas de Pintura al Aire Libre (EPAL) dirigidas a sectores desatendidos de la población. Niños de poblaciones indígenas y obreras se incorporaban a estas escuelas de forma gratuita, se les facilitaban los materiales sin costo; los profesores se limitaban al adiestramiento de los alumnos en los aspectos técnicos, dando libertad a una producción libre y espontánea sin las rígidas normas academicistas. Una institución paralela a las EPAL, durante la gestión del presidente Plutarco Elías Calles (“el jefe máximo”) fue la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa, de que actualmente pueden apreciarse obras en la sala 5 del Centro Cultural Clavijero.
De mi profesora de arte contemporáneo, la historiadora del arte Andrea Silva, aprendí que hay que desconfiar de los filósofos que se dedican a la crítica de arte puesto que, en general, éstos generalmente no se refieren a manifestaciones y autores actuales sino a expresiones anteriores a nuestro tiempo por décadas. Un ejemplo de ello son los últimos libros del mexicano Jorge Juanes, que se ocupa regularmente de Leonardo Da Vinci, Francisco de Goya, Marcel Duchamp y Andy Warhol; dejando de lado toda consideración sobre las artes actuales de nuestro país. Pero adicionalmente, leyendo al español José Fernández Arenas, caí en cuenta que las artes del pasado no pueden historiarse integralmente sin un sentido crítico, y que la crítica de arte no puede prescindir de la Historia del Arte para revisar las expresiones actuales.
La mirada de un crítico de arte no sólo se alimenta de las lecturas en Historia del Arte y teorías (filosóficas, estéticas, ligüísticas, económicas); también se nutre la mirada crítica mediante el seguimiento constante de las críticas de otros autores coetáneos. Por mencionar algunos, leo cada martes las opiniones de Teresa del Conde en el diario La Jornada, cuyo suplemento domincal incluye cada quince días la columna sobre artes visuales que publica Germaine Gómez Haro. Los sábados se publica el suplemento Laberinto en el diario Milenio, donde regularmente escriben Magali Tercero y la controversial Avelina Lésper. De ésta última, “coco” de los artistas conceptuales contemporáneos, aprendo lo fundamental que es defender una visión crítica sin concesiones sobre las artes actuales, denunciando los excesos de propuestas espurias y oportunistas, coludidas con el sistema de gestión artística de museos y curadores, más interesados en demostrar sus teorías sobre el arte actual que en ofrecer claridad y sensatez a un público que se enfrenta con obras herméticas, basadas frecuentemente en monólogos ideáticos en oposición a una reflexión cultural, intelectual, honesta. Sin embargo, en muchos sentidos no comparto su carácter incendiario, que puede leerse también en el blog que lleva su nombre.
La siguiente es una idea personal, pero que también encuentro apoyada en un texto que Francisco Calvo Serraller leyó en su admisión como miembro numerario a la Academia de San Fernando (España) y que se encuentra disponible en internet: la crítica de arte no es algo que se “es” sino que se “ejerce”. No es que uno “sea” crítico de arte, sino que “se ejerce” la crítica de arte, por lo cual la primacía la tiene la actividad que se realiza, no la personalidad que dedica sus ojos y manos a la interpretación y contextualización de las artes contemporáneas o antiguas. Es importante que el ego permanezca en su sitio sin excederse, y que el crítico se reconozca como parte del público más allá de buscar distinguirse de éste en carácter de “especialista”.
Escribir dos cuartillas y media cada semana se dice fácil, sin tomar en cuenta el esfuerzo y ecuanimidad que requiere el reflexionar sobre la producción de artistas contemporáneos, aunado con la necesidad de comunicar dichas ideas con un público tan vasto y variado como aquél que consulta un diario de circulación estatal. Si Diego Rivera alguna vez definió al artista como “un gran amador de sus semejantes”, el crítico de arte es un artista de la crítica, que encontrará el fundamento de su trabajo en sus semejantes -con los cuales se comunica-, para estimular el diálogo entre las personas y la difusión de la capacidad para opinar.
Podría escribir aquí sobre la recientemente inaugurada muestra del pintor Enrique Ortega en la Galería Pórtico en el Centro Histórico de Morelia, sobre las amplias exposiciones pictóricas Reflexiones y Gesta heróica de los maestros michoacanos Luis Palomares y José Luis Soto en el Museo de Arte Contemporáneo “Alfredo Zalce”, u otras no menos interesantes en el Ex Colegio Jesuita en Pátzcuaro o el Centro Regional de las Artes de Zamora. O el Encuentro de Artes Visuales que la galería OMO exhibe en el hotel Juaninos de Morelia, representando una de las mejores iniciativas privadas que en Michoacán se ocupan de la promoción artística. No en balde esta columna lleva como nombre Mir(í)ada, “cantidad muy grande e indefinida”, como las artes. No he escrito así en esta ocasión, y aún así, me he quedado debiendo.
No será frecuente que en este espacio esta mirada que escribe haga referencia a sí misma. Pero no hacerlo en una ocasión tan fundamentalmente personal sería como pedirle al crítico que se ocupe siempre del trabajo de l@s otr@s y no se ocupe -de vez en cuando- de sí mismo.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
21 de noviembre 2010
El desamor es cicuta que nubla la vista, entumece el criterio y desaira el impulso para decir qué pasa con el mundo, según el propio entendimiento. Si han pasado 15 días desde el último texto que aquí compartimos (ustedes, ojos lectores y yo, ojos escribientes) es porque el quebranto y el giro en el trabajo se han vuelto remolino atroz que silencia la palabra y entristece la visión. He aquí un esfuerzo por salir al paso, y es bueno -y necesario- empezar por reconocer qué se le debe a quién y cuándo.
Un dos de noviembre, hace siete años, arribé a Morelia desde la Ciudad de México para radicar aquí por tiempo indefinido, en medio de circunstancias personales enrarecidas. Hace seis me inicié en los estudios sobre arte, por lo cual, a diferencia de otras tantas personas -que pretendidamente crecen rodeadas de arte desde su infancia- estas disciplinas me son relativamente recientes. De los años en la escuela de Historia del Arte aprendí a no dar nada por sentado, puesto que los ambientes culturales, artísticos y académicos de Michoacán y de todos lados son proclives a prejuicios. Si las artes son y han sido elitistas, no es por la naturaleza de éstas, sino por las élites que pretenden que el arte sea parte de su territorio de dominio. Es responsabilidad de quienes advertimos este hecho, contrarrestar ese efecto.
Valga recordar que a principios de siglo XX el nacionalismo modificó la política porfirista de limitar la educación artística oficial a una élite que se concentraba en la Academia de San Carlos. Las clases nocturnas de pintura de esta academia abrían sus puertas a estudiantes que no eran arropados por las cúpulas en el poder. Diego Rivera pertenecía, en sus años de estudio, a las clases diurnas de San Carlos durante el porfiriato. José Clemente Orozco a las nocturnas. Cuando Alfredo Ramos Martínez entra a la dirección de San Carlos después de la huelga que los seguidores de Gerardo Murillo emplazan para expulsar al anterior director Antonio Rivas Mercado, se abren las Escuelas de Pintura al Aire Libre (EPAL) dirigidas a sectores desatendidos de la población. Niños de poblaciones indígenas y obreras se incorporaban a estas escuelas de forma gratuita, se les facilitaban los materiales sin costo; los profesores se limitaban al adiestramiento de los alumnos en los aspectos técnicos, dando libertad a una producción libre y espontánea sin las rígidas normas academicistas. Una institución paralela a las EPAL, durante la gestión del presidente Plutarco Elías Calles (“el jefe máximo”) fue la Escuela Libre de Escultura y Talla Directa, de que actualmente pueden apreciarse obras en la sala 5 del Centro Cultural Clavijero.
De mi profesora de arte contemporáneo, la historiadora del arte Andrea Silva, aprendí que hay que desconfiar de los filósofos que se dedican a la crítica de arte puesto que, en general, éstos generalmente no se refieren a manifestaciones y autores actuales sino a expresiones anteriores a nuestro tiempo por décadas. Un ejemplo de ello son los últimos libros del mexicano Jorge Juanes, que se ocupa regularmente de Leonardo Da Vinci, Francisco de Goya, Marcel Duchamp y Andy Warhol; dejando de lado toda consideración sobre las artes actuales de nuestro país. Pero adicionalmente, leyendo al español José Fernández Arenas, caí en cuenta que las artes del pasado no pueden historiarse integralmente sin un sentido crítico, y que la crítica de arte no puede prescindir de la Historia del Arte para revisar las expresiones actuales.
La mirada de un crítico de arte no sólo se alimenta de las lecturas en Historia del Arte y teorías (filosóficas, estéticas, ligüísticas, económicas); también se nutre la mirada crítica mediante el seguimiento constante de las críticas de otros autores coetáneos. Por mencionar algunos, leo cada martes las opiniones de Teresa del Conde en el diario La Jornada, cuyo suplemento domincal incluye cada quince días la columna sobre artes visuales que publica Germaine Gómez Haro. Los sábados se publica el suplemento Laberinto en el diario Milenio, donde regularmente escriben Magali Tercero y la controversial Avelina Lésper. De ésta última, “coco” de los artistas conceptuales contemporáneos, aprendo lo fundamental que es defender una visión crítica sin concesiones sobre las artes actuales, denunciando los excesos de propuestas espurias y oportunistas, coludidas con el sistema de gestión artística de museos y curadores, más interesados en demostrar sus teorías sobre el arte actual que en ofrecer claridad y sensatez a un público que se enfrenta con obras herméticas, basadas frecuentemente en monólogos ideáticos en oposición a una reflexión cultural, intelectual, honesta. Sin embargo, en muchos sentidos no comparto su carácter incendiario, que puede leerse también en el blog que lleva su nombre.
La siguiente es una idea personal, pero que también encuentro apoyada en un texto que Francisco Calvo Serraller leyó en su admisión como miembro numerario a la Academia de San Fernando (España) y que se encuentra disponible en internet: la crítica de arte no es algo que se “es” sino que se “ejerce”. No es que uno “sea” crítico de arte, sino que “se ejerce” la crítica de arte, por lo cual la primacía la tiene la actividad que se realiza, no la personalidad que dedica sus ojos y manos a la interpretación y contextualización de las artes contemporáneas o antiguas. Es importante que el ego permanezca en su sitio sin excederse, y que el crítico se reconozca como parte del público más allá de buscar distinguirse de éste en carácter de “especialista”.
Escribir dos cuartillas y media cada semana se dice fácil, sin tomar en cuenta el esfuerzo y ecuanimidad que requiere el reflexionar sobre la producción de artistas contemporáneos, aunado con la necesidad de comunicar dichas ideas con un público tan vasto y variado como aquél que consulta un diario de circulación estatal. Si Diego Rivera alguna vez definió al artista como “un gran amador de sus semejantes”, el crítico de arte es un artista de la crítica, que encontrará el fundamento de su trabajo en sus semejantes -con los cuales se comunica-, para estimular el diálogo entre las personas y la difusión de la capacidad para opinar.
Podría escribir aquí sobre la recientemente inaugurada muestra del pintor Enrique Ortega en la Galería Pórtico en el Centro Histórico de Morelia, sobre las amplias exposiciones pictóricas Reflexiones y Gesta heróica de los maestros michoacanos Luis Palomares y José Luis Soto en el Museo de Arte Contemporáneo “Alfredo Zalce”, u otras no menos interesantes en el Ex Colegio Jesuita en Pátzcuaro o el Centro Regional de las Artes de Zamora. O el Encuentro de Artes Visuales que la galería OMO exhibe en el hotel Juaninos de Morelia, representando una de las mejores iniciativas privadas que en Michoacán se ocupan de la promoción artística. No en balde esta columna lleva como nombre Mir(í)ada, “cantidad muy grande e indefinida”, como las artes. No he escrito así en esta ocasión, y aún así, me he quedado debiendo.
No será frecuente que en este espacio esta mirada que escribe haga referencia a sí misma. Pero no hacerlo en una ocasión tan fundamentalmente personal sería como pedirle al crítico que se ocupe siempre del trabajo de l@s otr@s y no se ocupe -de vez en cuando- de sí mismo.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
21 de noviembre 2010
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