La invención constructiva de Manuel Felguérez
Un museo de arte abstracto en Zacatecas lleva su nombre y conserva buena parte de su obra escultórica y pictórica. Participó en la película La montaña sagrada (1972) de Alejandro Jodorowsky, con la invención de un robot copulador, transformable y geométrico, uno de los ejemplos más elaborados de arte cinético en la década de los setenta. Sus esculturas públicas se encuentran en varios estados del país y en sitios significativos para las artes en México, como el espacio escultórico de la UNAM. La Galería de Arte Electrónico del Centro Nacional de las Artes (CNA) tiene nombre y apellido de pintor. Actualmente se le reconoce en la Galería Nacional del Palacio de Bellas Artes (ciudad de México) con la exposición retrospectiva Invención constructiva.
La figura y las obras de Manuel Felguérez son relevantes, entre otras cosas, por lo amplio de su presencia. Su nombre se disemina en la bibliografía sobre la historia del arte en este país, en la lista de artistas que desde labores académicas participó en la formación de muchos docentes actuales en academias de arte –entre ellas, nuestra Escuela Popular de Bellas Artes-, en las instituciones que han dedicado algún espacio de sus instalaciones con su nombre.
Invención constructiva reúne en la sala principal cuadros de gran formato que corresponden a su producción reciente. Considerando que el pintor actualmente cuenta con 82 años, dicha producción requiere de considerable vitalidad. Él mismo visita la exposición ocasionalmente con sus amistades, se muestra atento y receptivo, abierto a los comentarios de l@s asistentes al museo.
Salvo las de mediano formato, todas las pinturas se miran alzando la vista. Quien se posa frente a uno de éstos mira algo más grande y más alto que sí mism@. Tocar con la mirada los cuadros más recientes y voluminosos de Felguérez se hace un poco como trepando: mirando hacia arriba, recorriendo las texturas y los colores como si de paisajes imposibles se tratara, que no muestran nada reconocible a la vista. La pintura abstracta no muestra nada sobre el mundo real, se muestra a sí misma y sobre esta base busca apelar a la atención de nosotros los públicos. Incluso ahí donde la cédula técnica nos da un nombre de algo que creeríamos reconocer, algo como Coatlicue I (1994), encontramos una imagen que no elimina la extraña semejanza a la cabeza de un ídolo, pero que de ninguna manera es la Coatlicue mexica.
La exposición tiene el sentido de establecer una lectura actual de la trayectoria de Manuel Felguérez que persista en el tiempo y que se integre a las historias del arte mexicano reciente. Una de las formas a través de las cuales dicho sentido se muestra es el uso de la cédula de información. En los textos de pared abundan las explicaciones sobre qué es lo que hay que ver en las pinturas y cuáles son sus valores. Esto no significa que las cédulas digan cosas que no sean ciertas, más bien implica que las explicaciones son declaradamente adjetivadas.
Este es el semblante de Felguérez que se ofrece durante el recorrido: es identificado con la llamada generación de La Ruptura, “movimiento que a partir de la década de los cincuenta propuso una apertura del arte mexicano hacia las tendencias internacionales.”
“Su obra se caracteriza por el trabajo sistemático a partir de series en las que explora todas las posibilidades de la abstracción. La geometría pulcra y rigurosa, los gestos que equilibran el control y el azar, hasta llegar a las composiciones que en su variedad y coherencia […] sugieren similitudes con formaciones orgánicas y minerales.” También establece relaciones plásticas entre las nociones de cuerpo y arquitectura. De acuerdo a lo que se lee, Felguérez busca, a lo largo de su trayectoria, “nuevas vías artísticas que ofrezcan, tanto estímulo para nuestros sentidos, como exigencia para nuestro intelecto.” Es decir, una pintura tanto para sentirse como para pensarse.
Se refiere que muchas obras son producidas a partir de “una azarosa mancha de pintura, que luego el artista desarrolla y extiende hacia composiciones que balancean sus experimentadas dotes intuitivas y constructivas.” De manera que la actividad de la pintura, mediante este método, consiste en organizar una composición a partir del “desplazamiento aleatorio de manchas de pintura: generar un sentido de ordenamiento cohesivo surgido del caos.”
Orden suspendido (2004) es una obra elaborada de esta manera. De ella se dice: “Esta obra en particular, con su elegante equilibrio -tanto de la relación entre lo estructural y gestual, como de las relaciones cromáticas- es un elocuente testimonio de un proceso creativo, al mismo tiempo prospectivo que retrospectivo, un proceso siempre inquieto, autocrítico e inquisitivo. Como todo afortunado producto de la experiencia, no hay nada que le falte o le sobre.” ¿Debemos aceptar esto que se nos dice sin más? ¿Habremos de entender que la obra del pintor se encuentra completa, sin faltantes ni sobrantes? ¿Y ello para qué? Como públicos tenemos la siempre viva oportunidad de discernir cuándo una cédula nos da información útil para nuestro entendimiento y cuándo dicha información puede interferir con lo que nosotr@s podemos ver en las obras.
En la ficha que acompaña Clausura de esperanza (2008) se identifica que en el origen de obras recientes como ésta se combinan una búsqueda racional de equilibrio compositivo y el automatismo del gesto pictórico. La mancha pictórica, generalmente al centro y de color negro o gris, representa el desorden a partir del cual se ordenan los demás elementos al pintar. La forma no rebasa el límite del lienzo, por el contrario, deja un espacio disponible para que el fondo se muestre.
Más adelante, se lee: “En la percepción visual casi nunca se ve el color como es en realidad. Cuando dos o más colores se encuentran dispuestos de manera cercana, nuestra percepción se modifica. El juego de diferentes tonalidades de colores sobre diferentes planos, representa la prueba pictórica con la que Manuel Felguérez asume y comprueba gran parte de las investigaciones sobre el color realizadas por Joseph Albers.”
Éste último fue un artista y profesor alemán del siglo XX, principalmente recordado por sus cuadros –abstractos, geométricos y cromáticos, asemejándose a la manera de Piet Mondrián, pero sin la carga esotérica de su pintura- y por un importante método de enseñanza artística basada en la teorización sobre la forma y el color. La noche que murió Albers (1979) basa su confección sobre este juego perceptual y matérico, al tiempo que reconoce al pintor fallecido en 1976.
En las obras de la década del setenta, Felguérez desarrolla su personal vía de geometrismo abstracto por varios medios; entre ellos, uno que particularmente en ese tiempo era empleado escasamente: la computadora. Junto con Meyer-Masson, ingeniero de sistemas de la American Electric Power, Felguérez concibe un programa informático que permitía la construcción, casi ilimitada, de nuevos “ideogramas diseños”; éstos eran resultado de la combinación de formas geométricas, identificadas previamente como constantes en el vocabulario plástico del pintor. Una suerte de fuente que mana interminablemente patrones visuales mediante la combinación proporcional y estructural de círculos, cuadrados y triángulos. Este ejercicio antecede por mucho las miles de variaciones –también informáticas- de la serie El árbol del Samurai de Gabriel Orozco, la cual se sigue ampliando y publicando –en ediciones costosas, por cierto- para darle vigencia como una obra conceptual y contemporánea.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Diario Cambio de Michoacán
17 de enero 2009
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