Impresiones: Montañas de Michoacán

Hace 5 años que la opinión que aquí escribe llegó a Morelia. Una de las primeras impresiones, siendo de las más duraderas, ha tenido que ver con el mural que se encuentra en las escaleras principales del antiguo colegio jesuita de San Francisco Javier, conocido como Palacio Clavijero. Las Montañas de Michoacán es su título y Adolfo Mexiac su autor.
Fue viva y nutrida la opinión pública que poco a poco fue descubriéndose alrededor de esa pintura. A nadie le gustaba. Nombres como “cosa horrible”, “mugral” y otras formas referencia fueron comunes. Escasa ha sido la opinión que se expresa a favor de la obra, denotando principalmente el color y el noble tema. Casualmente, quien opina de esta manera es, fundamentalmente, público internacional.
El público local o nacional se expresa espontáneamente. General o especializado, deja notas en el buzón de comentarios del Centro Cultural Clavijero. Laura de la Mora, curadora y estudiosa de arte público, escribió una extensa nota, en la cual se lee: “Cuando se comete un error cabe REPARARLO y no puede no debe y me sorprende que aun con la visita del Lic. Sergio Vela, de Tere Franco y demás autoridades culturales hayan permitido que NO SEA BORRADO y que se ofrezca un mural ACORDE a esta AGORA MEXICANA a partir de una convocatoria abierta valorada por jurados expertos y de incuestionable integridad.” (Mayúsculas en el original)
Quien esto escribe se fue dando cuenta paulatinamente que de quienes recibía comentarios vituperando la obra mural eran artistas, gestores culturales, estudiantes de arte y académic@s. Es importante considerar que el mural se realizó después de que la ciudad fuera declarada Patrimonio de la Humanidad, lo cual enfrentó Mexiac y a todo su equipo con reglamentos y leyes que limitan las acciones posibles sobre los inmuebles, así como también con un patronato del Centro Histórico, un grupo de académicos relacionados con el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (entre ellos Manuel González Galván, que fue quien presentó el caso del mural ante esta institución académica) y una incipiente Escuela Popular de Bellas Artes que se encontraba en la primera o segunda generación de estudiantes de arte. Las opiniones no se hicieron esperar, en las aulas de clase se trataba el tema ya que estudiantes y profesores de la Escuela participaban en la elaboración del mural.
Hay que hablar sobre lo que hay. No se puede generar ninguna discusión sin atender a lo que la obra muestra. Las Montañas de Michoacán es un título metafórico que busca aludir a las “grandes figuras” históricas que esta tierra ha visto nacer y que han tenido alguna relevancia en sus campos de acción.
En el muro frontal se muestran, inequívocamente, personajes del periodo colonial e independentista de Michoacán: Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán; Francisco Javier Clavijero, jesuita identificado con el pujante interés de comprensión sobre los indígenas; Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón, actores centrales en el proceso de independencia. Estos cuatro individuos forman un círculo en el cual se arropa a un quinto personaje, indígena y campesino, el cual representa al pueblo, cuerpo físico que vivió el periodo de la conquista y colonia, protagonizó la Independencia, luchó la Revolución, participó en la Guerra Cristera y hoy vive en condiciones en las que, a decir del mismo Adolfo Mexiac, “no se ha terminado de pagar la deuda que tenemos con estas personas”, los pueblos indígenas.
En otro muro se presenta un gran árbol que hunde sus raíces, según el plan original trazado por el autor, en el pasado prehispánico para generar los pensamientos y actos de personas retratadas en la parte superior de la composición: 17 personalidades de los siglos XIX y XX a quienes se les aduce el carácter de “montañas” por su loable actividad. Encontramos al músico Miguel Bernal Jiménez, a las poetas Concepción Urquiza y Esther Tapia; los nicolaitas Pascual Ortiz Rubio, Manuel Martínez Báez e Ignacio Chávez Sánchez; al Nobel de la Paz Alfonso García Robles; el filósofo Samuel Ramos; hay otros que se encuentran ahí por sus actividades políticas: Miguel Silva, Eduardo Ruiz y José Sixto Verduzco. El pintor Alfredo Zalce también está presente, con la particularidad de que éste fue el único retratado en vida para el mural; personas cercanas a él comentan que Zalce mismo opinaba que Mexiac lo pintó “como si fuera un marciano”.
El tercer muro se dedica a la expropiación petrolera. Una gran torre es territorio de batalla entre un águila tricéfala y una serpiente. En la parte superior dos banderas muestran los rostros de Lázaro Cárdenas del Río y Francisco J. Mújica; el primero como presidente protagonista de la expropiación, el segundo por ser gobernador de Michoacán en ese mismo periodo.
Un luneto representa el “drama indígena” de la ocupación española en el territorio purépecha. Personajes sin rostro se doblegan frente a un personaje barbado y de colores claros, al tiempo que un sujeto es torturado por la vía de quemar sus pies. Las pechinas (esos triángulos que unen el cubo de la escalera con la estructura cupular) representan cuatro figuras más: Gertrudis Bocanegra, mujer que aparece con el pecho descubierto marcado por puntos rojos, señales de su fusilamiento efectuado por el ejército realista con motivo de su participación en el levantamiento independentista; Melchor Ocampo, participante en el periodo de las Leyes de Reforma; Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, filósofo oriundo de Zamora; y Juan José Martínez de Lejarza, el cual se agrega ahí por haber catalogado las variedades de camelinas y orquídeas de la región. Curiosamente éste fue el oficial responsable de apresar a los miembros de la conspiración de Valladolid en 1809. Héroe y villano representado por la flora que estudió ante la falta de retratos e iconografía que dieran alguna referencia sobre su aspecto físico.
La cúpula está dedicada al fenómeno de la Globalización. Un conjunto de manos representan la producción agrícola, las artes, la ciencia y la literatura, la lucha social, las víctimas que cobra la globalización y el encierro que ésta representa. No cabe, por espacio, un comentario más amplio sobre la perspectiva de Mexiac acerca de fenómenos contemporáneos como al que se alude. Por ahora repararemos en el hecho de que recurre a metáforas sencillas y representaciones plásticas que mucho dejan a desear, particularmente hablando del maíz que más que volumen en los granos, se forma de una cuadricula que poco demuestra el esfuerzo que debió representar el pintar 450 metros cuadrados de muros.
El mural es estático: no emplea narrativa alguna, no cuenta historias, sino que detenta rostros, se trata más de un pedestal o estandarte para figuras oficiales en la historia de Michoacán que un medio expresivo de manifestación de contenidos culturales y recreación del espíritu nacional. Es una obra pictórica que no cuestiona el medio en que se ejerce. Se distingue claramente de otras obras murales ejecutadas en la actualidad, como la de Rafael Cauduro que recientemente pintó en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En lugar de proyectar la historia de la justicia u otras formas alegóricas, Cauduro optó por representar los crímenes perpetrados en la aplicación de la ley. Aquí adquiere relevancia el hecho de que un proyecto mural propuesto se constituye en desafío para la misma institución que albergará la obra. El mural de Mexiac carece de este arrojo. Pero hay algo más: el mural contrasta, en carácter y calidad, notablemente con la misma obra de su autor.
Publicado en el suplemento Letras de Cambio
Periódico Cambio de Michoacán
15 de noviembre 2009
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